Dos títulos para (re)conocer el talento mitómano y fascinado de Curtis Harrington, director habitual de la escudería Corman y su mítica “American International”. Autor extraño donde los halla, esteta del bajo presupuesto, hipnotizador mórbido, fetichista cinéfilo; otro olvidado que ya estaba fuera del tiempo en su propio tiempo.
Como casi siempre hay alguien antes que tu aquí un estudio estupendo sobre tan estimulante personalidad y aquí una larga entrevista.
«Nothing clings like ivy»
Queen of blood (Planet blood, Planeta sangriento)
Año: 1966
País: Estados Unidos
77 min.
Fotografía: Vilis Lapenieks
Música: —-
Guión: Curtis Harrington
Reparto: John Saxon, Judi Meredith, Florence Marly, Dennis Hopper, Basil Rathbone

Reciclaje fílmico al más puro estilo Corman, ahorrando y estrujando los recursos (todos a leer su fundamental “Como hice cien films en Hollywood y nunca perdí ni un céntimo” que en España publicó LAERTES), en este caso comprando de saldo un ignoto filme ruso de ciencia-ficción (al parecer un tal “Niebo Zowiet” 1959) para reutilizar parte de su metraje, es decir decorados aparentes, efectos especiales de cierto empaque, exteriores, naves por aquí y por allá…Encargando luego al inquieto Harrington un nuevo guión, montaje y añadido de lo que fuera necesario. Así se resolvía con pocos actores, mínimo gasto y tiempo record una película nuevecita, lista para estrenar.
El resultado es una operación éticamente sospechosa (por otro lado de lo más común) pero saldada de forma curiosa y divertida, sobre todo en su parte final en la que por fin desaparecen los insertos soviéticos y la historia vira hacia un cruce de SF patatera y terror atávico con la aparición de la magnética vampira personificada por Florence Marly en una caracterización inolvidable: estrafalario recogido desafiando la gravedad, piel verduzca y centelleantes ojos magnéticos.
Harrington apura su gusto por las atmósferas decadentes, enfermizamente románticas y un punto “campy” (con referentes en este caso a la estética “baviana” del color) ofreciendo un último tercio estupendo que anima una función más bien alicaída en sus comienzos, gracias a cierta capacidad de sugerencia, a un erotismo no por inocente menos turbio (la tensión peligrosa entre atracción y repulsión) y a una puesta en escena elegante potenciada por una iluminación absolutamente lisérgica de rojos saturados y verdes imposibles.
No está nada mal y la engalana un reparto rarísimo que incluye a John Saxon de galán, a un jovencillo Dennis Hopper (repitiendo con el director tras la extraña “Night tide” en la que se enamoraba perdidamente de una sirena y que intentaba resucitar el romanticismo neblinoso y fantasmagórico de las producciones de Val Lewton), al entrañable Forry Ackerman, y especialmente recupera, en perfecta sintonía con la cinefilia mitómana del director, al gran Basil Rathbone, villano de postín y Sherlock Holmes canónico.
En definitiva un film simpatiquísimo que encima precede ciertos aspectos de “Alien” (al igual que el “Terror en el espacio” de Mario Bava) y fue reformulada primero en la novela “Los vampiros del espacio” de Colin Wilson y luego en la adaptación que sobre esta acometió Tobe Hooper en su reivindicable “Lifeforce” con la suculente Mathilda May de vampira espacial-mística recogida por unos astronautas desprevenidos y traída a la tierra.
Whoever slew Auntie Roo?
Año: 1971
País: Estados Unidos
86 min.
Fotografía: Desmond Dickinson
Música: Kenneth Jones
Guión: Robert Bless, Jimmy Sangster
Reparto: Shelley Winters, Mark Lester, Chloe Franks, Ralph Richardson, Lionel Jeffries
Libérrima adaptación de «Hansel & Gretel» con forma de cruel cuento navideño que enfrenta a una desquiciada, pero lastimosa y casi entrañable actriz retirada (un papel a la medida del talento para la demencia de la ciclónica Shelley Winters) contra un par de niños de viva imaginación, falso candor y perversas intenciones.

Añade además una sub-trama sobre un médium timador, divertidísimo Ralph Richardson todo flema borrachuza, y una falsa reencarnación que desatará todo el drama, la buena mujer creerá, sugestionada, que una de las niñas que se aloja por Navidad en su casa es nada menos que su hijita muerta accidentalmente.De tal modo decidirá el secuestro de la pequeña y su más bien puñetero hermano, el estupendo actor infantil Mark Lester, revelado en el musical «¡Oliver!» y protagonista de «Testigo ocular» una estupenda y olvidada intriga del reivindicable John Hough.
Muestra bien el peculiar talento decadentista Curtis Harrington, su gusto por el fetichismo del objeto y por las atmósferas que combinan lo tétrico y lo inocente perfectamente simbolizado aquí por el escenario casi único de la enorme mansión (un “huis clos” progresivamente malsano que Harrington maneja con maestría), llena de recovecos y puertas ocultas, territorio de juegos y juguetes, un teatrillo de sonrisa tatuada y mueca siniestra, no en vano la Winters es un antigua actriz y su marido fallecido un famoso mago cuya utilería se encuentra en el sótano de la casa lo que proporciona esa imagen siempre inolvidable, siempre efectiva del muñeco, simulacro de vida capaza de excitar las imaginaciones impresionables y fuente de terrores de todo tipo. Igualmente asombra la capacidad para torcer la percepción, para la extrañeza que nace de contemplar algo desubicado, un cuadro torcido entre otros perfectos, el detalle apenas percibido que hace que todo el conjunto chirríe.
