«The wild one forever», Tom Petty and The Heartbreakers
Enemigos públicos (Public Enemies)
Director: Michael Mann
Año: 2009
País: Estados Unidos
140 min.
Fotografía: Dante Spinotti
Música: Elliot Goldenthal
Guión: Ronan Bennett, Michael Mann, Ann Biderman según el libro de Bryan Burrough «Public Enemies: America’s Greatest Crime Wave and the Birth of the FBI, 1933-43»
Reparto: Jonnhy Depp, Christian Bale, Marion Cotillard, Billy Crudup, Jason Clarke, Stephen Lang, Stephen Dorff, David Wenham, Rory Cochrane, Stephen Graham, Giovanni Ribisi, John Ortiz, Branca Katic, James Russo.
Viendo ahora un film como “Enemigos públicos” se entiende el frustrado empeño de Mann en llevar al cine ese “El aviador” que Scorsese adaptó (de forma harto irregular) a su particular ciclo sobre la construcción de América. La vida legendaria de Howard Hughes hubiera ofrecido un marco referencial tan apropiado como el que brinda la del propio John Dillinger, relecturas ambas sobre la historia, el mito y el propio imaginario del cine.
Mann emplea el revisionismo “gangsteril” (esto no es cine negro, es una reconstrucción del género como lo son a su modo las estupendas “L.A. Confidential”, “Chinatown” o “Mama sangrienta” de ahí los diálogos lapidarios “hard boiled”, la gestualidad de los intérpretes, esa muy interesante meditación sobre el imaginario del “noir” e incluso la casi metaficcional relación con la fama que establece el protagonista) y la utilización icónica de esa especie de realeza americana que fueron los últimos “outlaws”, para proponer una tesis cinematográfica renovadora al visualizar el cine de época con hiperrealistas texturas digitales, articulando a través de la imagen un discurso sobre la contraposición entre pasado y modernidad que se extiende a la misma dramaturgia del film.
Así Dillinger es el criminal antiguo (notas estéticas o sonoras, a las que no es ajena la poderosa “Ten million slaves” de Otis Taylor, le señalan incluso como reminiscencia de los forajidos del “western” a su vez convertidos en mitología popular e igualmente barridos por la llegada de la modernidad) contrapuesto al “gangster” nuevo hecho cuerpo sindicado. La figura pública, el bandido con código que cruza plomo en bancos y carreteras vs. la nueva clase de ladrones discretos (Dillinger dice en un momento que Nitti parece un barbero) de metodología capitalista ejemplarizada por ese boyante negocio de apuesta que da dinero a chorros sin moverse de un teléfono. Enfrentado también a un naciente concepto policial tecnológico (esa escucha o los métodos de rastreo) y revolucionario alumbrado para combatir a los delincuentes que saltaban de estado a estado usando la frontera como barrera y refugio. Aun más, su perseguidor Melvin Purvis es perfilado al igual que Dillinger como un profesional honorable, un honor que irá perdiendo en una amargura progresiva perfectamente expresada por un Bale todo contención (que no es gratuitamente presentado “cazando” a “Pretty Boy” Floyd y también acompañado de los compases iniciales de la canción de Taylor) y los veteranos de Texas a los que recluta ante la incompetencia de los jóvenes reclutas (grupo que en no pocos aspectos forman un escuadra que guiña un ojo a “Los Intocables” televisivos) son la ley del ayer, los hombres duros tras los hombres duros, colocados de la misma manera frente a la ley de hoy (literalmente como bien desliza Mann) que representa un repulsivo J. Edgar Hoover (magnífico Crudup como siempre personificando sin ningún parecido físico a una de las más siniestras y ambiguas figuras de América) y la necesidad de resultados sea como sea (de ahí la nausea en Purvis) que incluye entre su método de actuación la publicidad como arma popular (al igual que Dillinger, por cierto), las detenciones injustificadas y los interrogatorios sin cortapisas.
Este es el punto de mayor interés de una película por otra parte desequilibrada e imperfecta, la dialéctica que se establece a todos los niveles entre tradición y modernidad naciendo muy cinematográficamente del cuerpo fílmico y filtrándose al tuétano de la historia.



Pues por diversas circustancias no he podido ver todavía este film. Michael Mann siempre me ha parecido un muy buen director, de lo más interesante en la actualidad, pero que suele tener problemas a la hora de terminar sus films. Por lo que comentas, aquí le pasa lo mismo que en la interesante «Collateral». Muy interesante el resto de reflexiones.
Como siempre, un placer.
Pues si, acaba perdiendo el pie y no sabe como rematar (y desde luego como film sobre Dillinger la de Milius no tiene comparación), pero la película tiene muchas cosas y no merece lo despercibida que ha pasado. Mann no se cuenta entre mis favoritos pero le tengo por un tipo permanentemente inquieto y siempre estimulante y en el panorama actual eso no es como para despreciarlo. Te recomiendo una suya de los inicios, «Ladrón» con James Caan y la siempre de minusvalorada Tuesday Weld, un film negro estupendo, profesionales a lo Hawks pero con un punto de estilización «melvilliana». Y el placer es recíproco, el chiringuito lleva poco abierto y así da gusto.
Apunto sugrencia. De «Ladrón» sólo tenía referencias de su guión, que es base en algunas escuelas sobre cómo confesionar un libreto de Thriller. Syd Field en sus manuales para guionista lo menciona varias veces. A ver si me hago con ella.
Saludos!