«Un buen día»: The Lineup, contrato para matar en San Francisco. Don Siegel, narración, estilo y oficio.

Tras la espléndida The Hitch-Hiker, dirigida con clase por la no menos espléndida Ida Lupino que mejor que enlazar con algo de su reconocido maestro y buen amigo, Don Siegel, autor y artesano perpetuamente orillado y necesitado todavía de una reivindicación a lo grande. Y para seguir con las relaciones y lazos el rescate será protagonizado por un título bastante poco conocido y menos visto: The Lineup. Una elección que por un lado prolonga el espíritu serie b y por el otro enlaza lateralmente con otro trabajo comentado hace poco, La mala ordina e Fernando Di Leo al presentar de igual modo a una bien particular pareja de contract killers a los que todo parece torcérseles. Venga, al lío, intentaré ser más concentrado y directo, que esto es bajo presupuesto y no se puede perder el tiempo:

Allá voy con The Lineup, un film cercano estilística y temáticamente a las etapas en las que Siegel trabajó para la televisión (hay que recordar que desde finales de los 50 hasta finales de los 60 la TV norteamericana, y también la británica casi por contagio, vivió una frenética actividad de imponente categoría creativa. Una auténtica Edad de Oro del medio con no pocas similitudes con la finisecular Edad de Plata que lucha por mantener el impulso actualmente), escrito por uno de los grandes del medio, Stirling Silliphant, luego prolífico guionista cinematográfico entre la rareza y el éxito. Un trabajo con muchas similitudes con la memorable Código del hampa de 1964 (u otra del mismo año como El carnaval de la muerte con Robert Culp que no he visto), un remake/readaptación del clásico de 1946 dirigido magistralmente por Robert Siodmak, Forajidos (con The Killers de Hemingway) mediante y  que fue comercializado a razón de su exacerbada violencia y perversidad para los estándares de la época en el medio (quizás ahora ocurriría exactamente lo contrario y una película así solo encontrase acomodo en la tele). Gran parte de esa aspereza y crueldad un punto barroca ya están bien presente aquí en, por ejemplo: la manera en que Siegel mantiene la tensión sobre si el personaje de Wallach será capaz de matar a la niña, entre otras lindezas.  De esta manera se erige como uno de los mejores y por desgracia menos conocidos trabajos del gran Don Siegel.

Tras un principio no demasiado estimulante que se atiene mansamente a los cánones del police procedural (esto es la metodología policial expuesta con cierta minuciosidad, la misma a la que Siegel daría la vuelta en la extraordinaría y casi fundacional Madigan, Brigada homicida, 1968), en esta ocasión el pormenorizado seguimiento de una maleta llena de droga pasada de contrabando por un pasajero inocente y una recuperación que sale mal dejando expuesto el chanchullo, la película destapa todo su nervio con la entrada en acción de los verdaderos protagonista: esa  pareja de profesionales reclutada desde Miami para recuperar el resto de los alijos de manos de sus desprevenidos portadores (a saber: un marino, un matrimonio acomodado y una madre soltera y su hija que usará la heroína como polvos de maquillaje sobre su muñequita japonesa) y entregárselo al misterioso jefe (conocido solamente por “El Hombre” y al que nadie ha visto nunca) de la organización en San Francisco. Una ciudad que ya se perfila como el escenario favorito de Siegel y

En el trabajo no se bebe. Robert Keith instruyendo al gran característico Richard Jaeckel

prefiguración de la importancia del paisaje urbano en el thriller americano de una década, un lugar físico y a la vez metafórico de personalidad asfixiante y ominosa.
Sobre esos dos personajes se erige el punto de distinción de este trepidante y estilizadísimo policiaco que hace de la urgencia, tanto narrativa como dramática su principal arma. Y es que vistos hoy, Robert Keith y Eli Wallach con sus conversaciones banales sobre esto y lo otro y sus caracteres a un tiempo llamativos y cotidianos, resuenan en los Lee Marvin y Clu Gulager de Código del hampa, en los Henry Silva y Woody Strode para ese Nuestro hombre de Milán de Fernado Di Leo o en Tim Roth y John Hurt en la estupenda y desparecida The Hit de Stephen Frears y claro, en John Travolta y Samuel L. Jackson también.

(el baile empieza apartir del minuto 3:30)

La escena de presentación ya deja clara su peculiaridad, Keith (Julian) es el maestro y Wallach (que responde al genial alias de Dancer) el alumno al que reprende por usar mal el idioma y aconseja que si quiere llegar a ser el mejor en lo suyo debe pulirse. Ambos forman un cuerpo único que solo será derrotado cuando finalmente se quiebre la confianza interna y Dancer actué con propia iniciativa. Y es que el veterano elegante Julian con su retorcido fetiche de apuntar la última frase de los asesinados, no mata, ordena, no usa pistola pero si aprieta el gatillo, solo que su gatillo es Dancer. Eli Wallach acapara, con este asombroso personaje de sádico venal en permanente estado de ebullición, la atención del espectador, luchando por contenerse a duras penas en su estiloso traje entallado y siempre bajo el control casi paternal (y desde luego profesoral) de su complemento.La parte central enfocada en la búsqueda y recuperación de la droga “importada” es la que eleva el interés real de la película y la que permite a Siegel dar un recital de narración cinematográfica y puesta en escena (el asesinato en al sauna es ejemplar) en la que es la acción pura la que perfila psicológicamente a los personajes (otra vez reincido en esta particularidad como una de las esencias del cine americano, los personajes son lo que hacen no lo que dicen, un cine físico y por ello mismo profundamente psicológico) a la vez que empuja sin miramientos al espectador.

En cualquier caso un film desbordante de estilo, agilidad y nervio, que deja clara la pureza narrativa de su director y su potente sentido visual, atención en este sentido a la panorámica con gran angular en la pista de hielo que abre la larga escena de la entrega, sin duda lo mejor de toda la película y en al que “El hombre” hace su aparición; un momento antológico rematado a al perfección: el jefe de todo resulta ser un inválido de aspeto tan corriente e inofensivo al que solo delata su mirada gélida. Dancer explica los problemas que mantenido y que la última entrega está desaparecida y no podrá entregarse. El hombre responde que “está muerto”. Dancer se queda petrificado y al borde del ataque de furia, responde que no pretenden engañarle y que todo lo contado es verdad ofreciendo que la propia niña  se lo cuente (recordar que no la mató con este objetivo). Desde su silla, El Hombre dice: “Estás muerto porque me has visto”. Se acabó, Dancer explota y de una patada lo estrella contra el hielo desde lo alto de la balaustrada en brutal guiño al mítico Tommy Udo que hizo inmortal a Richard Widmark. Ahora sólo queda escapar y eso no puede terminar bien. Ya se sabe.

 

7 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Lulis dice:

    No la he visto, pero que pinta tan cojonuda tiene

    1. esbilla dice:

      No te la pierdas, se encuentra bastante facil flotando en la red y no te vas a arrepentir. Un trabajo de lo más original y con esa paréja insólita para la época.

  2. paco bas dice:

    Que gran actor es Eli Wallach, por ejemplo El padrino 3 aunque es mala vale la pena solo por verlo a el, como mafioso de la vieja escuela algo diferente al Hyman Roth de Strasberg. También apareció brevemente en mistic river de Eastwood, con más de noventa años

  3. paco bas dice:

    Hostias y ahora que recuerdo también aparece en la floja y descafeinada Wall street 2 de Oliver Stone, ya con noventa y seis años

    1. Y en El escritor, la de Polanski. Coincido en que él es lo mejor de la tercera de El Padrino.

  4. Kiffer dice:

    Una magnífica película. Para mi una faceta importantísima en la filmografía de Siegel es el uso de los exteriores. Por fin el cine negro sale a la calle y de que manera. Siegel hubiera sido un magnífico realizador de documentales. Acabo de ver la «curiosa» «Al borde de la eternidad» y me reafirma en mi opinión. Que sensacionales planos del Gran Cañón. La historia la tienes que intuir pero… las imágenes valen la pena.

    1. Totalmente de acuerdo. La claridad de las tomas urbanas, esa ciudad a pleno solo, es un rasgo de gran modernidad, muy siegeliano. Al borde… es de las pocas suyas que no he visto todavía, pero intentaré poner remedio.

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