A veces las cosas se desarrollan de la manera más sinuosa e inesperada. Esta es una . Lo que empezó como una artículo sobre una chusca comedieta sixties ajena casi por completo al cine baviano terminó desviándome por los meandros menos conocidos de su cine, ese Dr. Goldfoot and the Girl Bombs o sus ramplonas incursiones en el eurowestern, y haciendo que, lo que en un principio no era más que una de las habituales digresiones a las que acostumbro, se convirtiera en un material mucho más apasionante de desentrañar y trabajoso de elaborar. De esta manera, lo que comienza como una reseña en plan run for cover para cambiar totalmente de tercio con respecto al díptico sobre el noir español termina por convertirse en una entrada duplicada que dará cuenta de la comedia (o así) del 69 Quante Volte… Quella Notte y, en unos días volverá atrás en el tiempo y se centrará en el acertijo que rodea la posibilidad de un tercer western de Mario Bava, la producción de 1965 Ringo de Nebraska y su discutida autoría final entre el genio italiano y un director español que había hecho fortuna en el cine de los 40, mano a mano con José Luis Sáenz de Heredia o Rafael Gil, el gallego Antonio Román, uno de los guionistas en la sombra de Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1942). Ambas películas resultan ser ejemplos perfectos del intríngulis de las coproducciones y cuentan, encima, con la participación como distribuidora en los Estados Unidos de la legendaria independiente American International Pictures. Un enorme embrollo del que intentaré sacar algo medianamente inteligible, una madeja de nombres, cruces y exóticas relaciones comerciales que representa toda una época y toda una manera de hacer. La historia la encontramos ya a la mitad y va como sigue:
No puedo decir que esta es la película más extravagante dirigida por Mario Bava porque este hombre hizo en 1966 Dr. Goldfoot and the Girl Bombs o en su impagable título italiano Le spie vengono dal semifreddo, una especie de secuela libre de la un año anterior, El Dr. G y su máquina de bikinis. Si esta producción de la AIP dirigida por Norman Taurog enfrentaba al mad-doctor Vincent Price contra Frankie Avalon en una caricatura tebeística de James Bond, su secuela italiana lo colocaba en medio de una parodia bondesque de Franco Franchi y Ciccio Ingrassia, popular pareja de cómicos sicilianos de la época de poca difusión fuera de Italia (quizás el segundo sea más recordado como elñ tío del protagonista de Amarcord que se subía a los árboles pidiendo a gritos una mujer) donde el cantante de moda de turno era el hoy olvidado Fabian y la incipiente Laura Antonelli daba el toque sexy. En esta segunda, ya rodada en Italia y con pertinente doble versión para el mercado local y el internacional (la cual no tenía que ver con el erotismo sino con el mayor o menor protagonismo de los cómicos o del cantante) intervenía igualmente la AIP, aunque de forma parcial. No hay que olvidar que la empresa de Samuel Z. Arkoff y James H. Nicholson (con la cabeza pensante de Roger Corman en la sombra) se dedicaba, entre otras cosas a importar material extranjero que luego doblaba y distribuía en Estados Unidos y que, en ese mismo 1965 había estrenado el film fantacientífico “baviano” Terrore nello spazio con el título de Planet of the vampires. Todo este asunto italiano había empezado poco antes con la intermediación del productor italiano de ese film de Mario Bava, Fulvio Lucisano, fundador en 1958 de la Italian International Pictures quien había conocido a Arkoff durante un viaje de este a Italia y con el cual/para el cual terminó por coproducir o distribuir un buen número de cintas de bajo presupuesto, incluyendo diversas comedias de Franco y Ciccio (la misma Las espías que surgieron del semifrío) u otros como la ya mencionada Terrore nello spazio y ese Ringo de Nebraska prometido, en las cuales había participación española con la adición al negocio de la productora CastillaCinematográfica, una cooperativa de pega que pertenecía al director Antonio Román y familia.

Tampoco puedo afirmar que sea la peor o la más inadecuada para su talento pues hay que recordar (puesto que se olvida o queda mejor olvidarlo) que el maestro realizó dos incursiones (indubitadas) en el western alla’italiana. Una pre-Leone, La Strada per Fort Alamo (1964), protagonizada por el ignoto Ken Clark y centrada, básicamente, en las aventuras de unos soldados de la caballería contra unos indios, rasgo de clasicismo que desaparecerá por completo ya mismo; y otra post-Leone, Roy Colt y Winchester Jack (1970), asomándose ya a la parodia y donde tiene protagonismo el galán de esta Quante Volte… Quella Notte, el bronceado Brett Halsey, emparejado a un totalmente desconocido Charles Southwood, uno de tantos americanos sin talento que anduvieron buscándose la vida por la Europa bis, y entre ambos, la siempre desaprovechada Marilú Tolo. Este dúo podría (o debería) convertirse en trío de ser cierto que codirigió la mentada coproducción hispanoitaliana del 1965, Ringo del Nebraska, poniendo la parte alícuota de españolidad Antonio Román, veterano director nacional (nunca mejor dicho) que había tenido empeños de gran éxito popular en los 40, especialmente, y 50 y protagonizando de nuevo el gallardo Clark, americano de regional preferente con pasado sci-fi menos que “b” y cierta trayectoria en el spionistico. Existen versiones contradictorias, datos erróneos mezclados con verdaderos e inapelables coincidencias (o sincronías) que hablan del opaco entramado de la Europa de las coproducciones y como por ahí va a transitar la segunda entrega de estas “Obras dispersas”, lo dejo estar por el momento sin desvelar mucho más, para que, dentro de poco podáis colocar aquí en medio el encarte que se publicará a mediados de semana.
Dejo el misterio entonces y doy un salto de cuatro años hasta 1969 (el film no se estrenará hasta cuatro años después, en 1972 lo que ha provocado cierta confusión a la hora de datarla), entre medias Bava ha realizado en 1966 su segundo film de aventuras vikingas (casi un western) con Cameron Mitchell, Los cuchillos del vengador, una de sus mejores incursiones en el horror gótico, la fantabulosa y espeluznate Operazione Paura (que ya pasó por aquí) y la sobrescrita Le spie vengono dal semifreddo. Tras ella la sublimación de la psicodelia y el pop-art de a duro, su magistral incursión en el fumetto nero, Diabolik .
A caballo entre el 68 y el 69 y previa a la ahora tratada uno de su títulos más desperdiciados, quizás confirmando la desorientación momentánea del autor, un giallo con ribetes de humorada macabra, algo en lo que reincidirá en breve, Un hacha para la luna de miel, un film brillante ( en el marco de una enorme mansión de asfixiante barroquismo un hombre no puede librarse de su mujer ni siquiera asesinándola) contenido dentro de otro vulgar (un giallo con desórdenes mentales y traumas del montón) rodada al parecer a continuación de Diabolik pero no estrenada hasta el 70 (insisto sobre este particular: a partir del año 68 comienza a ser increíblemente lioso el fechar con exactitud las producciones del cinema bis europeo). Prorrogando la que es su peor época como realizador (al igual que a Terence Fisher, el otro gran maestro europeo del horror, los nuevos uso estéticos de los 70 no sentaron bien a Bava, pero mientras que el inglés se retiró del cine tras Frankenstein and the monster from hell, el italiano resistió y entregó obras de mérito sacadas adelante en las perores circunstancias) acepta el encargo de rodar Quante Volte… Quella Notte par dos pequeñas productoras Hape Film Company y Delfino Films. La segunda no cuenta con ningún título destacable, la primera tuvo parte, por ejemplo, en uno de los contados filmes de hazañas bélicas mínimanente rescatables, La brigada de los condenados de Umberto Lenzi en 1970 y en uno de los mejores trabajos de Jesús Franco, su Eugenie de 1969.
En cualquier caso es un tonto encargo coyuntural que Mario Bava acomete con evidente desgana y escasa adecuación. Una cosa es que bastantes de sus películas cuenten con un punto de vista dotado de una comicidad particularmente negra, extrañamente festiva incluso, definitivamente sardónica o que el propio Bava fuera un hombre de sempiterno buen humor, como atestiguan multitud de fotos que lo retratan como un bromista o declaraciones y testimonios de allegados y colaboradores que siempre lo definen en términos de afabilidad y diversión. Esta cualidad como director, un aire de clama y falta de importancia que define bien su talento artístico totalmente natura (y por ello profundo) contrastaba además con otros coetáneos como Riccardo Freda O Lucio Fulci, célebres por su trato tiránico y su carácter tormentoso, el primero abandonó un puñado de rodajes a gritos para no regresar a ellos, entre otros el de I vampiri, donde Bava recogió la dirección desde su puesto de operador y fotógrafo. En cualquier caso estas dos cualidades, una forma de vivir y una forma de mirar el mundo a través de la cámara no lo habilitaban como un autor capacitado para la comedia como género. En ese sentido Quante Volte… Quella Notte no tiene ninguna gracia, está huérfana de ritmo, de tempo, de medida.
El planteamiento es una especie de mezcolanza, en principio válida, entre el punto de vista múltiple y contradictorio a lo Rashomon (recordar que el film había impactado enormemente en su momento revelado internacionalmente a Kurosawa, ganado incluso en León de Oro en Venecia y el Oscar al mejor film extranjero en 1951 y siendo remakeada por Martin Ritt en 1964 en forma de western con el título de Cuatro confesiones y la participación estelar de Paul Newman como imposible mexicano) y la larga tradición de comedias de sketches italianas.

Básicamente cuenta, en el trascurso de un día, la relación entre los muy guapos Brett Halsey y Daniela Giordano, siciliana, Miss Italia 1966 y actriz en debut de Paul Naschy tras las cámaras en 1976 con Inquisición, para los interesados. Pero con la particularidad de que cada uno de los dos ofrece su punto de vista -en el de ella es una especie de caperucita roja (simbolismo del vestuario incluido) seducida y prácticamente forzada por un lobo feroz de calzoncillos apretados y con una madre más preocupada de la integridad de un caro vestido que de la virtud de su cervatilla. Por contra, en el de él, la

muchacha es toda una ninfómana (como su madre, por cierto) y él, un joven apocado y un punto afeminado, sensible e impresionable- que se complementa con el relato de una de las vecinas –aquí la muchacha vuelve a ser virtuosa y el joven depravado, mientras la susodicha vecina completa un triángulo orgiástico de tintes sadianos y morbosamente corruptores- , el portero voyeur -su relato es entrecortado, confuso y equívoco, fragmentado por el punto de vistas externo y las constantes interrupciones y recalentado por la propia mente rijosa del espécimen en cuestión- y una sandunguera coda en la que aparece un profesor dando una explicación científica de todo el asunto –al final un cúmulo de casualidades sin maldad alguna- y que en realidad es el propio Bava desmontando la ficción desde dentro de la misma, de modo similar a como había hecho en el epílogo de Las tres caras del miedo, cuando la cámara se retira poco a poco para dejar en irónica y amorosa evidencia el trampantojo del cine mismo.
Pese a esté incluso apertura a campanudas reflexiones sobre la subjetividad de la ficción o la fiabilidad del narrador no pasa de ser una chorrada de humor pretendidamente agudo y sofisticado (en realidad chusca y simplona), una sátira de costumbres eróticas que intenta, sin gracia, ridiculizar ciertos comportamientos y roles sociales con arreglo a una óptica braguetera y rijosa que prefigura futuros hallazgos (es un decir) de la infausta “comedia sexy” que atacaría sin piedad desde mediados de los 70 a principios de los 80 (y con la que Telecinco agasajó a la muchachada durantes sus primeros tiempos de emisión) en el que, paradójicamente se fracasa por partida doble, en la vertiente lúbrica y en la radiográfica. Bava tiene el escarpelo un poco (bastante) mellado, su fiera concepción pesimista del ser humano, envuelta siempre en un esquinado sentido del humor y un muy mediterráneo sentido de la fábula moral, resulta apagada y vulgar. Su ferocidad anti-burguesa es un chachete, no funciona, como no funcionará en otro film (¿rodado antes, después, solapado?) del 69 igualmente superficial, Cinco muñecas para la luna de agosto, cercano en intenciones, contando igualmente con un escenario casi único y parangonable despiste formal.
En esta como en la ahora tratada todos los personajes son hipócritas, mentirosos e interesados de una manera u otra pero nunca se gira la tuera de la crueldad, no se los aprieta como apretaría a los de Bahía de sangre unos años después, cuando Bava alcance la lucidez del que está de vuelta de todo. El realizador, que ha lo largo de su carrera ha dado muestras de magisterio e la transmisión del erotismo -la turbiedad sexual de títulos como La máscara del demonio o La frusta e il corpo o la electricidad hedonista entre Diabolik y Eva Kant- carece aquí del tono necesario, la leve parodia no beneficia lo más mínimo, aunque el director intente remitir a algunos aspectos formales de, precisamente, Diabolik intentado imprimirle cierto sentido delirante a ese diseño de interiores setentero que da el buen gusto por abolido.
Por ejemplo la insistencia en esa ducha biselada que enseña/no enseña y que permite unos llamativos movimientos circulares, pero que mientras el la adaptación de las hermanas Giussani aquel detalle una manera de subrayar la diletancia y el abandono de los amantes a la hipersexualidad aquí no es más que una horterada de ligón de vía estrecha. De todas maneras Bava, pese a su patente desinterés por lo que está contando, se entretiene dejando aquí y allá algunas gotitas de inspiración estética, puede ser todo un pasatiempo detectar como todos sus colores aparecen representados de un modo u otro e incluso hay algún interesante jugueteo escenográfico, un atención fetichista por el objeto y ciertos encuadres usando espejos o un par de elegantes e ingeniosos movimiento de cámara que recuerdan de inmediato a otros análogos de esa Diabolik insistentemente citada (especialmente detalles como la conversación en plano fijo reflejada en el retrovisor del coche, reproducida partiendo en dos el encuadre de modo natural). Al final se saluda casi con agrado la chocante ironía metatextual de ese estrafalario último cuarto que desmonta el invento de manera literal, explicitando su naturaleza de juguete y demoliendo desde fuera tanta tontería. Aciertos diluidos entre la sicalipsis al peso, la brocha gorda o el feísmo de la moda que son los que terminan por rescatar (o al menos hacer visible) la película del justo limbo de las obras olvidadas por el tiempo.
Bava siempre fue capaz de lo mejor y de lo peor, supongo que por la dificultad de ajustar siempre el tono en las producciones de este tipo de finales de los sesenta y setenta: el hilo que separa el delirio hiperpop y estiloso, ahora rescatado por la posmodernidad cinematográfica para delirio del aficionado, de la horterada casposa sujeta a los cánones de refocilación de la época –y por tanto ligada a ella– es sumamente estrecho.
Una pena, en fin, porque cuando entré y vi a Daniela Giordano con esa toalla de baño me quedé totalmente «ojiplático»… pero tras leer el artículo y ver su manejo interpretativo –la belleza pertenece a la imagen, el atractivo a la interpretación– la verdad es que no puedo tener menos ganas de ver este filme. Del galán chulopiscinas (o mejor dicho, chuloduchas) mejor ni hablar… no había visto un abrazo del oso más antiestético en una escena amorosa en la vida. Y para colmo, ese argumento pseudosexploitation con coartadas intelectuales. Nada, nada: del limbo vino y en el limbo se queda.
Mario Bava, siempre contó con presupuestos muy ajustados, a algunos logró sacarle el máximo provecho, a otros no tanto… lo que siempre le he alabado ha sido su buen gusto en escoger a las mujeres para sus repartos, siempre bellas con ojos grandes y piernas infinitas… Un grande, aunque relativamente incomprendido de cualquier forma
Saludos Adrián
Pues, sí a los dos. Daniela Giordano era un bellezón de infarto y en la película sale guapísma Como actriz(¿?)ya era otra cosa.
El asunto es ese, que Bava hacía lals películas que podía, no tenía, no ya capacidad de elección, sino capacidad de «negación». Era un trabajador y trabajaba, aquí lo intenta pero el material es horrible y el estilo de comedia sexy no le va nada, aún así el film no aburre, pero indigna ver un talento tan mayúsculo costreñido en algo tan alicorto. Solo merece la pena verse por curiosidad o completismo.
Bava fue muy grande, y en estas obras no puede sacar todo su talento, pero poco a poco a Mario Bava la historia del cine le hace y le irá haciendo justicia. Saludos.