España me hizo: El huerto del Francés

Ampliación de «Garrote vil para los asesinos de Peñaflor» publicada en Ultramundo junto a un «Así se hizo» a cargo de  Carlos «Proyecto Naschy» Benítez

http://cineultramundo.blogspot.com.es/2014/08/critica-de-el-huerto-del-frances-paul.html

 

En 1904, entre las tomateras de una fonda en el pueblo de Peñaflor, cercano a Sevilla, se descubrieron enterrados los cadáveres de seis personas con el cráneo hendido por un martillo. Los asesinos, Juan Andrés Aldije “el Francés” y José Muñoz Lopera, fueron descubiertos por el expolicía Laureano Rodríguez de las Conchas a consecuencia de la insistencia de la esposa del último desaparecido, Miguel Rejano, prestamista y jugador profesional.

La viuda de Rejano y un primo de este, Juan Mohedano, ofrecieron una recompensa por cualquier información y enviaron una serie de cartas al Liberal de Sevilla que causaron una gran conmoción pública dados los tintes folletinescos del suceso. Esto aceleró el proceso, cuyas pistas señalaban hacia Muñoz Lopera, la última persona vista junto a Rejano. A su vez aquel hilo conducía a la fonda de El Francés, célebre puesto que allí se jugaba de modo ilegal y también servía de prostíbulo.

La Guardia Civil prendió a Lopera y la esposa de Aldije, Elvira Meléndez, aunque El Francés se las arregló para huir a Portugal, si bien regresó meses más tarde al enterarse por los periódicos de que su familia estaba presa. Aljide declaró que el ideólogo de los crímenes había sido Lopera, quien ejercía de gancho, engatusando a los viajeros y atrayendo hacia la fonda a aquellos con posibles.

En 1906 se celebró un juicio con sentencia de seis penas de muerte que causó gran revuelo en la sociedad sevillana, ávida de noticias truculentas. Los asesinos de Peñaflor habían descalabrado a seis hombres por un montante de 28.300 pesetas y fueron ejecutados mediante garrote vil.

“-Aprieta, aprieta sin miedo”, fueron las últimas palabras de Aljide. “-No tengas cuidado, hombre, que esto va bien y deprisa”, repuso el verdugo.

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Entre la coplilla de ciego y la noticia escabrosa de sucesos España desenrolla su negrura color petróleo, densa, espesa, pegajosa. La crónica criminal del primer tercio de Siglo es fecunda y luctuosa, por su abundancia y su abigarramiento. La prensa alimenta fascinada el relato de los hechos con atención al detalle sangriento y a la deriva melodramática. Los folletines de la realidad se leen en todos los cafés, bautizados rápidamente con nombres sonoros que prenden al momento.

Escribía el director, guionista y ensayista Santiago Aguilar para la revista Neville (Nº2 Mayo 2012) que «el cine más o menos) negro a la española, aquel que se desarrolló fundamentalmente en Barcelona a lo largo de los años 50 del pasado siglo y coleó hasta los primero s60 para emerger, cuan Guadiana genérico, en los subciclos del cine quinqui y el thriller político durante la Transición…esa corriente de cine más o menos negro, decía,  corre paralela a un torrente que, mejor que policial, llamaré criminal. Criminal y español.

Criminal porque frente a la exaltación de la labor policía que sirvió como excusa obligada para el desarrollo del género en España, suele buscar la inspiración en la crónica negra. Y no precisamente en los delitos de latos vuelos, sino en lo que los pregones de ciego solían denominar “horrendo crimen” o cosa similar: parricidios, envenenamientos, y homicidios atroces que terminaban en descuartizamiento y amor prohibido. (…) Y español porque el germen el germen estilístico que remontamos a los pliegos de cordel y al nacimiento del “amarillismo” periodístico de la España del XIX ha tenido cultores tan insignes como Francisco de Goya o José Gutiérrez Solana. Español de esa España negra, tan denostada durante el franquismo como negada en lademocracia, por aquello de que en la Europa del cambio de siglo no caben atavismos»

asesinos-001A este mundo negrorrealista pertenecería piezas maestras como  la magistral “El crimen de la calle de bordadores” (Edgar Neville, 1945), inspirado en El crimen de la calle Fuencarral, fascinante por su captura de época, su sentido cinematográfico y su reinterpretación de Arniches, “El extraño viaje” (1964), para la cual Fernando Fernán Gómez se inspiró en El crimen de Mazarrón, al tiempo barroco e hiperrealista, torcidamente cómico-patético esperpento entre paletos, la achicharrada “Una vela para el diablo”, venial combinación de represión sexual y religiosa, provinciana brutalidad y casticismo solar. Tan tremebunda esta que suele figura en las antologías del cine de horror, pese a que es su realismo asfixiante e implacable lo que la vuelve aterradora. Esto mismo podría decirse del naturalismo con el cual Pedro Olea reproduce los lugares y hechos de El sacauntos de Allariz en “El bosque del lobo” o el psycho-killer de extrarradio deprimido que Eloy de la Iglesia encarna en la figura de (nada menos) Vicente Parra en la política “La semana del asesino”. Un hilo, en definitiva, que nos llevaría hacia “El crimen de Cuenca” (Pilar Miró, 1981) la serie “La huella del crimen”, hasta el “Amantes” (1991) de Vicente Aranda; la versión en melodrama como ya lo había sido la excelente “Pim, pam, pum…¡fuego!” (1975) del reivindicable Pedro Olea.

“El huerto del Francés” no es, no puede ser, la obra maestra del cine criminal español, del negrorrealismo pero es, con pocas dudas, el mejor trabajo de Naschy/Molina como cineasta. Un esfuerzo consciente por acercarse con rigor, estético y conceptual, a un sustrato que, en su caso particular, aparece casi cercano a la novelística tremendista de Camilo José Cela, aunque también conecta con la tradición francesa de los “albergues rojos”, donde los viajeros desprevenidos desaparecían sin dejar rastro alguno.

Intereses personales de Naschy aparte -y que reaparecerán en la futuras “El caminante” y “El carnaval de las bestia”, respectivamente una interpretación fantastificada de los relatos de pícaros, diablo cojuelo mediante, e inmersión definitiva en el gótico español bárbaro (y caníbal)- “El huerto del francés” está marcada por  la presencia del guionista Antonio Fos, libretista también de “Una vela para el diablo” y “La semana del asesino” amén de otros para de trabajos del periodo de Eloy de la Iglesia como lo hispagilli “Nadie oyó gritar” y “El techo de cristal”, interesantes trasteos con la imagen sexualizada de Carmen Sevilla.

44En muchos de ellos, prácticamente todos, acude una idea recurrente, hecha imagen repulsiva: la convivencia/hermandad entre la comida y el crimen. A través de esta serie de películas de Fos, sumada “El carnaval de las bestias” (e incluso “El cochecito” del dúo Azcona-Ferreri) entre otras, se puede establecer un diálogo puramente español entre el comer y el matar, dos modos de consumir, en unos escenarios que tiene más de sórdidos y grotescos que de pintorescos y acogedores. «Tinajas y cochiqueras, guisotes y manteles a cuadros, cuchillos y sangre espesa, el camino del horror español»

El resultado es una suerte de costumbrismo sucio y rugoso, una película seca (ejemplar la resolución de los crímenes, brutal pero sin espectacularizar) aunque un tanto rígida en su sobriedad. Muy competentemente producida, con una notable ambientación y una gran banda sonora (inolvidable el romance cantado por Rosa León que abre y cierra el metraje y que recuerda al ciego que narra los hechos de la magistral “Carne de horca” de Ladislao Vajda), planificada con elegancia algo circunspecta, nuevamente con un esfuerzo consciente por hacer algo por encima de los estándares técnico-estéticos del terror de pipas, pero todavía con alguna buena idea burdamente resuelta, caso del oscurecimiento artificioso de la iluminación sobre el rostro contrito del protagonista. Así y todo Naschy muestra una preocupación por la composición como elemento dramático y narrativo que ya había ejercitado en la nada desdeñable Inquisición y que, como director de sí mismo, lo pone bastante por encima del noventa por ciento de trapisondistas que firmaron sus largos.

La interpretación, en cambio, no pasa de lo correcto (otra vez: esforzado) más que nada por la inadecuación de un reparto procedente de la órbita del fantaterror y el S del periodo. A excepción del gran secundario Pepe Calvo, genial por cierto como el cobarde Lopera, o la breve intervención de Ciges como verdugo, el casting está más atento a dar trabajo a las glorias del destape, con Agata Lys, Silvia Tortosa o la Cantudo de inocente jovencita que a preocuparse por tener intérpretes capacitados. En cierto modo este es también el caso del mismísimo Naschy, como chaparro irresistible que oculta bajo su fachada de trabajador abnegado y marido ejemplar, a un alcahuete, usureo, ladrón y apiolador serial, un genuino psycho-killer patrio, de gesto reconcentrado y mentón chulesco. El físico del actor/divo responde en su perfecta fisonomía de españolazo carpetovetónico, pero su talento no alcanza.

Desde luego supone un intento a tener en cuenta, por su decidida voluntad de explorar la posibilidad de un genuino terror español un cine criminal atento a la bestia interior, que no rechaza ni el humor negrísimo, ni el cinismo cruel, rasgos definitorios de “lo español”, y además certifica el lamentable hecho de que Jacinto Molina dejó cantidades ingentes de buenas ideas en manos de charcuteros de la cámara, que ponían su mermado/amojamado/abotargado sentido del oficio al servicio de la facturación de sub-productos y el arrejuntado de planos en tiempo record, todo dentro de un sistema de producción leonino y una dejadez pesetera que condenó al género en España a ser en pasado carne de desprecio y en presente víctima de fanatismo.

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