Junto con ¡Vivan los novios! el más fidedigno relato/retrato de la España del desarrollismo. Contraplano y contrapunto de la comedia de cazasuecas, de la Costa del Sol y ladrillo, de la España aperturista y de aluvión. El anverso y el reverso, la España maquillada y la desamaquillada; España fea escondida entre el sol y las propinas
Cine desdentado, cine del subdesarrollo y del hambre atrasada, de murcianos, de charnegos y de catalanistas. Donde europeos de 1967, conviven con españoles del XIX. Donde el Sur y el Norte son relativos puntos geográficos y económicos. Donde el cambio es imparable porque entra por los ojos, se toca con las manos, se baila y se folla.
El rostro de Antoni Iranzo (José), granadino del ladrillo, es una geografía humana, un paisaje abrupto y cortante que mira ese futuro y al tiempo parece proceder del principio de los tiempos, de la españolidad encarnada y enjuta. Y en los ojos trasparentes de Marta May (Juana) el miedo, la inocencia de la ignorancia.
La narración, dos viajes fragmentados. Una noche aquí y en ese principio de los tiempos que a veces es crudo e insoportable y a veces puro y hermoso. La distancia entre la hostia del padre y el varear de olivos. José en el presente del 67, entre belgas que hacen lo que quieren y farras de despedida de la soltería; Juana llegando desde la España de antes de ayer con hijos, cuñados y maletas en trenes y autobuses.
Una imagen de síntesis: un Lloret de Mar de turistas y tiendas para turistas y restaurantes para turistas y apartamentos para turistas atravesado por José acarreando una cama de madera y una maleta. La penosa procesión, el martirologio del emigrante; el recordatorio del siglo y el lugar al cual se pertenecen tras el espejismo de la belga.