Le juge Fayard dit Le Shériff, Yves Boisset, 1977, Francia
Polar de agitación política que apenas disfraza sus referentes en la historia de un obstinado juez de provincias que tira del hilo de la complicidad de industriales-políticos-parapolicía-grupúsculos de extrema derecha-criminales. Revulsiva en el contexto francés del momento, es algo tosca formalmente, en especial en las escenas de violencia (a excepción de la final) y el montaje algo atropellado por momentos, como dejándose todo llevar por la incontenible energía y singularidad de Dewaere.
Canon City, Crane Wilbur, 1948, EEUU
Película carcelaria (variante fugas) de carácter moral más que moralizante y un estilo de reportaje tan acusado que llega a prefigurar a Peter Watkins. Austera por obligación, de violencia áspera y sorprendente lirismo casi religioso dramatiza hechos solo un año anteriores y está rodada en parte en la misma prisión de Colorado del título.
Jauja, Lisandro Alonso, Argentina, 2014
Western pampero, relato de aventuras, viaje circular quien sigue a un hombre y a su hija, que viene de lejos y van hacia ninguna parte… de imagen austera, su formato académico, como de diapositivas en movimiento, se abre hacia lo fantástico sin cambiar el modo de representación; y del mismo modo se pierde en su propia espiral en un epílogo en presente no sé si metafórico seguro que confuso. Película de composición, donde resalta el color vivo típico del finés Timo Salminen a la foto, y fuera de campo que potencia el misterio, tiene cielos fordianos y espacios imperturbables por igual concretos y abstractos.
El cabezazo (Coup de tête), Jean-Jacques Annaud, 1979, Francia
Comedia agresiva poco representativa de Annaud, pero mucho tanto de la personalidad de su actor, Patrick Dewaere, como de su guionista, Francis Veber. El conjunto, tosco y feista, responde a una voluntad satírica anti-establishment sin mayor refinamiento pero notable contundencia. La trama, rocambolesca, sigue a un ingobernable jugador de un modesto club de provincias usado como cabeza de turco en un caso de asalto sexual cometido por un compañero, estrella del equipo, a quien tras la lesión de este deben recurrir para una eliminatoria copera decisiva. Un momento de genialidad subversiva: Dewaere empeñado en regresar a la cárcel de la cual los dueños del equipo le ha sacado para que juegue mientras los gendarmes le echan de ella a empujones.
The Big Clock, John Farrow, 1948, EEUU
Intriga hitchcockiana de moroso inicio, gran desarrollo y horrible final sobre un ejecutivo de un emporio periodístico que se persigue a sí mismo para exculparse de un crimen cometido por otro. Juego de pistas, tensión y falso culpable, por tanto, que reduce el espacio de la mayor parte de la trama a un ultramoderno edificio de oficinas (proto-inteligente) y se beneficia de la natural ambivalencia de Ray Milland. Laughton, por su parte, está igual de afectado que (casi) siempre y la dirección se recrea en cierto barroquismo con complicadas secuencias largas. En retrospectiva, su retrato del mundo/ambiente masculino es espeluznante.
Cinco dragones de oro (Five Golden Dragons), Jeremy Summers, 1967, GB-Alemania
Producto Harry Alan Towers que esta vez propone dentro de su tono de bolsicine exótico habitual ofrece un pastiche hitchcockiano más comedia que ninguna otra cosa. Robert Cummings hace de Cary Grant histriónico como turista americano atrapado en las intrigas de una sociedad secreta en Hong Kong y el resto es dirección tosca de Summers, montaje a hachazos y un all-star del cinema bis del periodo (incluido un genial Klaus Kinski como sicario que enciende un cigarrillo con el siguiente) enriquecido por más viejas glorias de vacaciones.
The Hoodlum, Max Nosseck, 1951, EEUU
Un criminal reincidente que ante su última oportunidad fuera de la cárcel martiriza a su familia (en especial su caricaturesca madre), provoca el suicidio de su cuñada y planea un atraco desde la gasolinera de su hermano (interpretado por el propio hermano de Lawrence Tierney, Edward). Micronoir de Nosseck/Tierney post-Dillinger a la medida de la gelidez del actor que no discrimina el moralismo y el sentimentalismo de la sordidez y el fatalismo. Elipsis salvajes consecuencia de los recursos de producción, interpretaciones al límite del amateur, montaje tosco y atropello narrativo.
Les salauds vont en enfer, Robert Hossein, 1955, Francia
Primera película dirigida por Hossein y ya representativa de sus inquietudes (pocos personajes, aislamiento/violencia, elementos metafóricos, abstracción a partir del género…) hasta el punto de retomar escenario/conflicto en Point de chute ya en el 70. Aquí parte de una novela de Frédéric Dard y sigue la fuga de dos presos que terminan refugiados en la casa de un pintor en una playa perdida, matando a este y tomando como rehén a su joven modelo. Visceral y melancólica al tiempo, irregular pero vigorosa, de gran concisión, tiene la virtud de no dulcificar nunca a sus brutales protagonistas y la presencia semionírica de Marina Vlady.
No despertar al policía que duerme (Ne réveillez pas un flic qui dort), José Pinheiro, 1988, Francia
Polar ultraviolento que recicla Harry el fuerte de acuerdo a la propia experiencia francesa con policías paralelas. Atropellada en su última media hora, cuando busaca el desenlace por encima de la trama, tiene un tono general de tebeo y buen trabajo de cámara, sintética puesta en escena, humor negro y sentido del exceso dentro de las limitaciones de su escala. Delon, las servidumbres hacia el divo y su propia desgana, es lo menos interesantes y el conjunto se sostiene en sus opuestos: el genial Michel Serrault y una gran colección de tipos.
Ondine, Neil Jordan, 2009, Irlanda
Regreso de Jordan a la base de su cine a través de una historia irlandesa. Así, un personaje solitario, en los márgenes de la comunidad, sufre la tensión entre la realidad ordinaria (por lo común sórdida) y una interpretación fantasiosa de la misma (siempre preferible). Aquí un melancólico pescador que encuentra en su red a una joven a quien decide tomar por una selkie, especie de ninfa marina entre mujer y foca. Mantiene la ambigüedad y la coherencia formal/tonal hasta prácticamente su final, tan horrible que parece mal rodado adrede.
Ti aspetterò all’inferno, Piero Regnoli, 1960, Italia
Tres ladrones se ocultan en una apartada cabaña rodeada por un pantano. Uno de ellos muere durante el trayecto y casi a continuación una joven entra en contacto con el dúo. Thriller italiano de curioso paralelismos con Les salauds vont en enfer (tal vez más la novela) pero extremando el componente pseudofantástico hasta el punto de poder considerarlo un thriller gótico. Muy modesto en todo, con una pareja por completo disonante de protagonistas masculinos, torpe técnicamente (en especial los cortes de montaje) pero de cierta ambigüedad fuera de campo sintetizada en su excelente cámara subjetiva final.
I Am Waiting (Ore wa matteru ze), Koreyoshi Kurahara, 1957, Japón
Melodrama criminal, uno de los ejemplos tempranos del noir de la Nikkatsu y primera película de su director, sobre el encuentro del dueño de un restaurante portuario, antiguo boxeador marcado por una muerte, y una joven cantante fracasada en tratos con la yakuza. Mejor en su primera parte, donde parece referir al realismo poético francés y se preocupa de la creación de una atmósfera y un lugar peculiar, ese bar donde parecen ir a parar los abollados, a través de una puesta en escena controlada, que en la segunda donde se decanta por la investigación y la mímesis/personalización del thriller americano.