Pijama para dos es un anuncio. Un anuncio y la sátira, amable siempre, maliciosa al fondo, del mismo. Anuncia, vende, un modo de vida moderno. El de los ejecutivos de publicidad de la América de la primera mitad de la década de los 60 encapsulada aquí en su estética, temática y política. Una fantasía de Madison Avenue, un lugar relatado como el centro del mundo, como el centro del estilo. La película está diseñada para publicitar la imagen mítica de sus lugares y modo de vida.
El formato es el de una comedia sofisticada sobre conductas sexuales, un tema central en la comedia norteamericana de los 60, que lleva la lógica publicitaria a las relaciones de pareja. Bajo ese aspecto, mundano, hedonista y cínico, finalmente conformista (o no) la película contrabandea una suerte de abstracción sobre la publicidad.
La trama se levanta sobre la campaña inventada de un producto que no existe. Primero se vende algo y luego se piensa que se ha vendido. Todo es aire. Un negocio sustentado en la imaginación y el simulacro. “Quieren ser engañados”, dice uno de los personajes. “Tengo unas ideas maravillosas para vender su producto. Y si no le gustan, tengo otras”, dice otro. Como el cine, la publicidad establece un pacto entre vendedor y consumidor. El engaño se presupone, se acepta y disfruta. La publicidad es ficción basada en hechos reales.
Esto se hace extensible, decía, a las relaciones. Jerry Webster (Rock Hudson), ejecutivo calavera, crea y vende una versión de sí mismo a la medida de lo que desea su cliente, Carol Templeton (Doris Day), otra ejecutiva de cuentas de la competencia. El truco es descarado, pero ella no lo percibe porque quiere creerse el anuncio, quiere que todas esas virtudes sean de verdad. Webster invierte los patrones de consumo sexual, y es él el avergonzado por sus deseos e inexperiencias, el que se entrega.
Un producto como 50 sombras de Grey (Fifty Shades of Grey, Sam Taylor-Johnson, 2015) la primer película extraída de la franquicia literaria de la novelista E.L. James ofrece numerosos paralelismos respecto a esta y el resto de las comedias sixties de la pareja Rock Hudson-Doris Day. Son fantasías erótico-capitalista que sintetizan la deriva romántica y la del mundo de los negocios con una estética de anuncio. La película dirigida por Sam Taylor-Johnson lleva al extremo este acabado mediante una puntillosa, detallada, lectura publicitaria de la imagen. La historia entre Christian Grey y Anastasia Steele, donde no hay perversidad sino imagen de la perversidad, condensa, a su vez, la estética y política de la segunda mitad de los 2010.
Pijama para dos es una secuela directa de un producto de éxito anterior, un derivado que mejora la fórmula. Confidencias a medianoche (Pillow Talk, Michael Gordon, 1959) fue el formón para las comedias sexuales de Doris Day en el cambio de década. Ella era una decoradora de interiores, el un comediógrafo de Broadway. Unos años más tarde ser ejecutivos de publicidad había superado aquello como profesión perfecta en la ciudad perfecta en la perfecta modernidad. Stanley Shapiro era su guionista (y de Rock Hudson) de cabecera y nombre recurrente en este tipo de comedia de clase media para las clases medias con hambre de sofisticación mundana.
Michael Gordon, su director, provenía del viejo Hollywood. No quiso repetir y el puesto lo ocupó Delbert Mann; miembro de la Generación de la Televisión e introductor de una suerte de Free Cinema USA en Marty (id., 1955) o La noche de los maridos (The Bachelor Party, 1957) y articulador de los textos de Paddy Chayefsky durante la segunda mitad de los 50. Delbert Mann hacía cine serio, nueva ola americana. Pijama para dos lo integraba en lo popular y en lo moderno, en lo frívolo. Los encuadres está delimitados, partidos, por el color, dando aspecto de viñetas, dividiendo los espacios de sus personajes mediante una precisa geometría. El color es vivo y la recreación de la vida urbana, consumista, capitalista, incitante y paródica por igual, pero con sus esquinas más redondeadas que en trabajos homologables de Frank Tashlin y/o Jerry Lewis, capaces de llevar la sátira al extremo del absurdo.
En 1964 estrena Querido corazón (Dear Heart), otra película con vínculos con el mundo publicitario y los altos ejecutivo que es una de las más amargas comedias de los 60. Su sobrio blanco y negro, su ambientación alienante en habitaciones de hotel y la deriva sexual de su protagonista, Glenn Ford, ofrecen la contrafigura del colorido fabuloso de Pijama para dos; son otra realidad y otra ficción. Matthew Weinner, creador de Mad Men señala ambas películas como afluentes estético-tonales para su serial, que no es una fantasía de Madison Avenue sino un sueño psicodélico lúcido.