(017) Diciembre / 13 + 3

 

Winnetou & Old Shatterhand, Philipp Stölzl, Alemania, 2016

Primer entrega de una serie de largos para TV que recuperan los personajes más emblemáticos de Karl May, fusionando en una operación posmoderna al propio May con Old Shatterhand. Este llega al Oeste para trabajar en el ferrocarril y ver un mundo nuevo, encontrándose de inmediato a la tensión entre civilización (corrupta) y salvajismo (idealizado) y estableciendo su amistad con el joven guerrero Winnetou, un tanto desdibujado todavía y sin la serenidad y presencia ultraterrena de Pierre Brice. Introduce a los personajes más pintorescos demasiado tarde y en conjunto es demasiado grave y dilatada, pero acierta al no llevar el material hacia el revisionismo, ya que si esta encarnación de los personajes se desenvuelven en un espacio más sórdido, violento y oscuro, esto no los ha afectado a ellos ni a la claridad ética, todo lo ingenua que se quiera, clave en los originales novelescos o sus encantadoras adaptaciones de los 60, a las cuales evoca sin ironía. Muy sólida en cuanto a valores de producción, recupera además los paisajes icónicos de la antigua Yugoslavia.

Magia a la luz de la luna (Magic at the Moonlight), Woody Allen, 2014, EEUU

Una comedia de Noël Coward donde Woody Allen incrusta sus obsesiones (clásicas y recientes) envueltas en una suave luz de lujo. Estructurada en largas escenas (apenas cortes, planos largos o medios, movimientos cadenciosos de cámara) con protagonismo para el director de fotografía donde los personajes intercambian civilizadas puyas y reflexiones irónicas es tan cómoda y acogedora como la práctica totalidad de su obra reciente, un cine-cojín de agradable familiaridad. Colin Firth hace muy bien de Rex Harrison, en contraste con la naturalidad más moderna de Emma Stone.

Rey Arturo (King Arthur: Legend of the Sword), Guy Ritchie, EEUU, 2017

Robin Hood es el Rey Arturo en la confluencia entre el mundo de El señor de los anillos y el cockney de postal de Ritchie. Hay un Juan sin Tierra que es la Bruja Malvada y el príncipe ladrón Aladín forja una rebelión multirracial (pero liderada por derecho de nacimiento) contra los blancos sonrosados. Ritchie coge de todas partes, plagia a Zack Snyder y se repite así mismo mientras habla de sí mismo (el hijo de Eaton farsante de clase obrera) entre muñecos digitales, dualidad blanco/negro, simbología pedestre, pobres decorados y hermosos bosques. Entre el barullo, alguna portada de disco de Heavy Metal se mantiene en pantalla el tiempo suficiente.

Fiebre de venganza (Gun Fury), Raoul Walsh, 1953, EEUU

Western de media tabla, con la particularidad de haber sido rodado en 3D, al servicio de la carrera de Rock Hudson, aquí rodeado por Donna Reed y un competente equipo de secundarios (Leo Gordon, Neville Brand, Lee Marvin…) y con Walsh dirigiendo, igual que en Los gavilanes del estrecho o Historia de un condenado, todas del mismo año. Sigue la huida más allá de la frontera de México de un grupo de forajidos que han tomado a una mujer como rehén y la persecución del novio de esta y un antiguo miembro de la banda. Simple como suena, apunta en ocasiones los rasgos románticos y obsesivos mejores de Walsh pero en conjunto se amolda a las exigencias de producción explotando los exteriores, la violencia agreste y la sensación de urgencia en la fuga/caza.

The Warped Ones (Kyonetsu no kisetsu), Koreyoshi Kurahara, 1960, Japón

Juventud beatnik a la intemperie, rechazando con brutalidad el sistema de vida/valores japonés en beneficio del jazz y el influjo norteamericano, es decir, el vencedor, la fuerza de ocupación. Sin historia propiamente dicha, sigue a un trío de jóvenes lumpenproletariat a su propio ritmo vital: frenético, nihilista, inmediato. Kurahara está tan fascinado por ellos, interpretados en una mixtura de naturalismo y expresionismo,  como por las posibilidades de una cámara viviente, que desenfoca, barre, entra y sale del cuadro y desdeña todo cuidado en la composición en una imagen saturada de luz y llena de violentos contrastes.

The Kings of Summer, Jordan Vogt-Roberts, 2013, EEUU

Vista en retrospectiva, es decir, después de su inmersión en el gran presupuesto con King Kong: La Isla Calavera, resulta que en Kings of Summer ya estaba todo. El mismo montaje atosigante e irritante, la misma tendencia (dual y contraceptiva) a la autoironía y a la ñoñería y el mismo fervor por el movimiento de cámara y la luz. Pero si eso terminaba por funcionar en la construcción de secuencias de Kong no hace más que torpedear este formato miniatura, donde se demanda narración e implicación. Entre Malick, Spike Jonze y el videoclip para banda indie, con reunión de amigos cómicos con escenas al servicio de cada cual, ecos artúricos, paralelismos a martillazos, chirriante excentricidad de pega, adorabilidad prefabricada y adolescentes que hablan como treintañeros cínicos de telecomedia.

La villana (Ak-Nyeo/The Villainess), Jung Byung-Gil, 2017, Corea del Sur

Remake de Nikita realizado como un cruce entre el folletín alambicado de Park Chan-wook, el heroic bloodshed hongkonés y la acción de videojuego facilitado por la imposible continuidad del digital. Copia de todos lados y su trama es casi ininteligible, saltando entre tiempos confusa y embarulladamente. La desquiciada formalización de la acción no tiene correspondencia alguna en la anodina del resto de escenas y el recurso al sadismo emocional para con los personajes llega a ser vomitivo cuando usa una niña como excusa. Empieza tan arriba y tan salvaje que no solo resulta interminable después, de puro agotamiento, sino que llega a resultar incongruente por comparación.

Oblivion, Joseph Kosinski, 2013, EEUU

Melodrama de ciencia ficción coherente con otros títulos de Cruise en el género (identidad, recuerdos, percepción de la realidad…) y donde convergen aspectos post-apocalíptico, trazas de The Twilight Zone y ecos cienciológicos. Curiosa en su primera mitad, donde sobran explicaciones que se dan dos veces, por el minimalismo de las tareas y el tratamiento de la imagen tan apagado que parece evocar al blanco y negro, se empieza a car pronto a pedazos. La acción y los giros convierte la historia en sucesión de peripecias hasta un tercio final desastroso que incluye un flashback (explicativo) en pleno clímax  y un epílogo demencial.

The Last of the Fast Guns, George Sherman, EEUU, 1958

Un pistolero es contratado para buscar al hermano de un rico industrial del Este, desaparecido dios décadas atrás más allá de la frontera de México. Habái desestimado antes a Sherman y esta película me saca del error. Western metafísico y crepuscular que podía haber sido realizado por Peckinpah años más tarde. Reflexiona sobre el fin de un modo de vida, trabaja sobre la amistad traicionada y el peso de la violencia, contraponiendo la superficie romántica y la entraña sórdida. De extraordinaria precisión formal y admirable composición en scope tiene un tono apesadumbrado, terminal, que se corresponde a la extrañeza de las localizaciones (arquitecturas y paisajes) mexicanas muy poco vistas. Pierde al final y podía haber tenido un mejor actor protagonista, aunque la gélida disposición de Jock Mahoney beneficia al personaje, lo cual demuestra como con el material disponible Sherman hace maravillas.

Princess Cyd, Stephen Cone, EEUU, 2017

Melodrama de familia, que con la puerta abierta al tremendismo se decide por una interpretación sobria, tierna y cálida. Cuenta las vacaciones de una joven en casa de su tía, famosa escritora, marcadas ambas por una tragedia mantenida siempre fuera de campo. El tono es preferentemente melancólico y liviano, elabora su discurso a partir del vacío, la pérdida y la búsqueda de una calma mientras la imagen captura la intimidad, al tiempo que respeta el pudor. Buen trabajo de observación y textura naturalista sin necesidad de replicar los modismos de la cámara en mano y el cine de cogotes.

A Day of Fury, Harmon Jones, EEUU, 1956

Western urbano que, como otros del periodo, reflexiona sobre la mentalidad de masa mediante el injerto de un personaje extraño (y violento) dentro de una comunidad supuestamente pacífica y armoniosa. El argumento en este caso, se centra en la relación entre un pistolero y un sheriff, ambos unidos tanto por una deuda de sangre como por una mujer, pero en interés deriva hacia esa fragilidad de la construcción social. Jones fue (notable) montador antes que director y la película es rápida y sobria, con un buen trabajo en los interiores oscuros y elementos ambiguos en los personajes, incluyendo esa sensación final de imposibilidad de volver al statu quo pese al final feliz obligado.

Atómica (Atomic Blonde), David Leitch, EEUU, 2017

Una historia bastante clásica de espionaje (lealtades turbias, identidades superpuestas, traidores…) ambientada en una momento histórico icónico recibe un tratamiento a medio camino entre la estilización pop y la aspereza sucia, contraponiendo en sus colores neón, sus reflejos/espejos, sus blancos y negros y su textura de cemento la fantasía sobre el propio género/época y la sordidez acre. La estética remite a Blade Runner y su mejor momento es una larga secuencia de violencia (en una aparente toma única de impecable trucaje), mientras la estructura desordenada resulta contraproducente y el exceso de canciones obvias ofrece demasiados momentos videoclip y/o anuncio de lencería fetichista.

The Ballad of Lefty Brown, Jared Moshe, EEUU, 2017

Un viejo aventurero ahora elegido senador es asesinado durante un robo de ganado, prometiendo su sanchopancesco compañero vengarle; la conspiración, claro, va más allá. Western gerontófilo que trabaja sobre la argumento central del género, la recuperación de la dignidad,  lleno de estereotipos/tipologías del género y sin ninguna personalidad propia. Alarga lo que en los 50 hubiese durado hora y veinte hasta las casi dos horas cayendo en la redundancia y confundiendo patetismo con autocompasión. Su único valor es el de colocar en el centro a un personaje siempre secundario, inspirado en los de Walter Brennan. Los exteriores proporcionan alguna buena composición y poco más.

 

The Game (BBC 1-6), Toby Whithouse/ Niall MacCormick, Daniel O’Hara 2014, GB

Barullo de espías extremadamente negligentes y Guerra Fría situado a comienzos de los 70. Se dedica a recrear miméticamente la atmósfera distante y la estética (color, luz, decorado, atmósfera, puesta en escena…todo) de El Topo de Thomas Alfredson, incapaz de vivir por sí misma, entonces, y empeñada en la homologación/falsificación de algo que no puede alcanzar. Los actores ponen profesionalidad, aunque sus personajes repiten idénticos tics una y otra vez, siendo lo más interesante la inquietante belleza tenebrosa del protagonista, cuyo físico insufla ambigüedad al personaje, y un villano que recuerda a Donald Pleasence. La idea que podía haber dado personalidad al conjunto se formula demasiado tarde: en un mundo inseguro, la duda es más mortal que la bala.

Godless (Netflix 1-7), Scott Frank, EEUU, 2017

En uno de los capítulos, el forajido Frank Griffin ilustra a unos viajeros noruegos sobre como América es en realidad el territorio de la serpiente, la tierra sin dios. La serie, en cambio, se dedica a contradecir esto, ha demostrar lo contrario. Lo hace a través de la poética básica del western: la recuperación de la dignidad. Pesan los flashbacks al principio, por reiterativos, pero a mitad del camino se detiene, encontrando su desarrollo natural entre secuencias simples, de oficios y relaciones, de gente que hace lo que sabe hacer sin preocuparse del tiempo que consume. La imagen es ancha y profunda, empeñada en relacionar a los personajes con el territorio y el paisaje, la emoción limpia y estoica, el relato una síntesis de motivos/personajes/espacios del género donde caben Raíces profundas, El hombre del Oeste, El llanero solitario o The Guns of Fort Petticoat e incluso sorprendentes parentescos con “Comanche” el tebeo de Greg y Hermann. Godless vive en esos referentes, pero no de ellos; es autónoma, ofreciendo un canto general por un género fantasmagórico. Una historia de pérdidas y redenciones, de personajes que no piden ayuda si de verdad no la necesitan, y a veces ni eso, donde todos están tratados con dignidad y pese a la ambigüedad, la línea ética del bien y el mal (o del bueno y el malo) de las formas pre-revisionistas del western se ve con claridad.

 

Peaky Blinders 4 (BBC 2 / 1-6) Steve Knight/ David Caffrey, GB, 2017

Cuarta entrega de los gangsters a cámara lenta de Steve Knight, donde continúa la retórica macho de este, el disparate histórico y las tramas rocambolescas. Esta vez, Tommy Shelby evoluciona a un mal mayor convertido en capitalista y al tiempo que negocia con el auge del movimiento sindical y el comunismo se enfrenta a un incompetente grupo de mafiosos italoamericanos con ansías de una vendetta que enlaza con la temporada 1. Adrien Brody da algo de color a su personaje, pero este no pesa como verdadero rival y se agradece el regreso en los últimos episodios de Tom Hardy/Alfie Salomons, excéntrico gangster judío que monologa por defecto. Alargada de modo exasperante, los personajes pasean/posan de un sitio para otro mientras hacen tiempo, suenan oscuras canciones y plantean argumento que no van a lado alguno. Retrocede un tanto en el pictoricismo, si bien continúa toda la imaginería de marca y no pasan suficientes insensateces simultáneas como para, esta vez, impedir el detenerse a pensar que en realidad, esta serie es muy mala.

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