The world of today: Hijos de los hombres

 

Hijos de los hombres casi termina con la carrera de Alfonso Cuarón. Había comenzado a prepararla tras el éxito fuera de México de Y tu mamá también. No fue un proyecto propio, sino resultado de un guión al azar de entre los muchos que los estudios envían a directores a los cuales pretenden contratar. Cuarón no había leído la novela original de P.D.James, ni siquiera la conocía, y elaboró su propio guión a partir de este, con la colaboración en el tiempo de diferentes escritores e incluso del actor Clive Owen, el primero en enrolarse en la película. Mientras la desarrollaba, volvió a Inglaterra para encargarse de la tercera entrega de la serie sobre Harry Potter, Harry Potter y el prisionero de Azkaban. Sus prestaciones dentro de una producción industrial de gran presupuesto hicieron posible la materialización de Hijos de los hombres, que pese a estar financiada por dos compañías independientes sería distribuida bajo el paraguas de la Universal. Su recaudación no llegó a cubrir costes y la ilusión del empujón de los premios de prestigio se disipó. El estudio nunca supo como venderla, como publicitarla en un contexto de progresiva desaparición de un cine de gran presupuesto para adultos. O tal vez no era el tipo de película que demandaba el espectador post-11-S, paradójicamente el evento, el shock, que cambió la percepción de Cuarón sobre el guión, pese a que su discurso final si podía resultar coherente con las necesidades de curación, esperanza y reunión de los tiempos. Pero aquí el héroe lo era por casualidad, arrollado por unos acontecimientos que no controla, que le superan y el futuro tan parecido al presente que hoy puede verse como un documental.

En marzo de 2004 los atentados en Madrid, en julio de 2005 los del metro de Londres. Eran anuncios terribles de las imágenes de Hijos de los hombres, en cuyo discurso están las consecuencias de esos actos y esas imágenes. Pocos meses antes que Hijos de los hombres, las hermanas Wachowski estrenaban su versión del cómic de Alan Moore y David Lloyd V de Vendetta. Lo dirigía el australiano James McTeigue, habitual responsable de la segunda unidad de las cineastas. Era una versión adaptada a los tiempos neocon, aséptica y limpia, muy lejos de la proyección distópica de la Inglaterra thatcherista del tebeo. Uno no podía terminar de entender la necesidad de rebelión, de destrucción literal y material de aquella realidad tan acomodada. No se parecía en absoluto al mundo fascista, totalitario y policial de Moore. No había un sentimiento de fin de trayecto, de decadencia en lo absoluto, de miseria en todos los órdenes. En cambio, todo eso estaba en Hijos de los hombres. El caos, la violencia y lo aleatorio de la misma, la incertidumbre, el letargo, la decadencia de un mundo llegando a la entropía. También, como V de Vendetta, es una búsqueda de la esperanza, a través del símbolo, en un lugar vacío de ambos.

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La esperanza adquiere aspectos teológicos, cristianos. En V había ya elementos asimilables, como el martirio de la protagonista para adquirir una suerte de iluminación que la llevase a trascender de individuo a icono. Cuarón si sigue en esto a P.D. James, o lo conserva de la novela, y trabaja sobre la parábola cristiana, subrayada por la pieza de oratorio de John Tavener, compositor inglés de música sacra a quien Cuarón recurrió. Los terroristas/resistentes son Peces, Theo, Kee, la joven inmigrante embarazada, africana como una Eva original, y su futura hija son espejo apocalíptico de María y José. Hasta se fuerza el paralelismo en la revelación en una cuadra o el alumbramiento en la miseria de una ciudad babilónica, entre los desheredados. Son perseguidos, instrumentalizados. La niña, su gestación y nacimiento, son el milagro que debe unir; y por un momento paraliza la batalla. Pero solo un momento. La película equilibra, en parte debido a su corriente subterránea satírica y su humor extraño, el pesimismo, ese futurismo deprimente, y la pequeña luz al final; la necesidad de creer que ese presente no es todo, no es ese final, ese agotamiento de los materiales del cual la propia infertilidad universal que sirve como excusa argumental es la gran metáfora.

En 2007, Cuarón produce junto a su hijo Jonás y la periodista y pensadora canadiense Naomi Klein un corto sobre el libro de esta “La doctrina del shock”, certificando así una influencia clave sobre Hijos de los hombres. Para Klein, las técnicas de tortura son el basamento de la política económico-social capitalista desde los década de los 70. Su ideólogo, Milton Friedman, asesor de Pinochet, Margaret Thatcher, Richard Nixon, Ronald Reagan o George Bush. Estas técnicas, de eficacia testada, son aplicadas no sobre individuos, sino sobre sociedades enteras. Estas son reducidas al miedo, la tensión continua, la inseguridad patológica y así fácilmente son conducibles, manipulables en las direcciones deseadas. Las guerras, los atentados, los desastres naturales…son los shocks que ofrecen la ocasión de mutar el Sistema, poniendo en suspenso libertades de todo tipo en decisiones de urgencia que ya no tiene vuelta atrás.

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La realidad que Cuarón construye en Hijos de los hombres, pese a provenir en parte y muy libremente de una novela anterior de la escritora P.D. James parece consecuencia de la aplicación inclemente de esa doctrina del shock. Su iconografía parece formada a partir de una síntesis de otras imágenes, de otras realidades. Es un futuro construido desde extractos de prensa, una imaginería de la debacle, del desastre y el fracaso del Sistema donde convergen el Holocausto, Chile, los Balcanes, Irak o Palestina. Campos de refugiados, inmigrantes, deshechos y olvidados, fronteras-cárcel, ciudades-batalla y la humanidad reducida a ganado y supervivencia. La sensación de caos resulta penetrante, presente. En gran medida por el uso de largas tomas en continuidad, saturadas de información en los fondos debido a la minuciosa labor de composición en movimiento de Emmanuel Lubezki. Un tipo de formalización inmersiva para el cine comercial que se recrea (o recrea) en las proezas técnicas y expresivas de la prodigiosa Soy Cuba de Mikhail Kalatozov y de la cual Hijos de los hombres fue vanguardia y que se extendió en la segunda década del siglo XXI debido a las posibilidades del soporte digital.

Cuarón afirmó haberse inspirado en La batalla de Argel de Gillo Pontecorvo. También en el Jonás, que cumplirá los 25 en el año 2000 de Alain Tanner. Clive Owen parece modelado en Hijos de los hombres a partir de la figura desgarbada de Jean-Luc Bideau en esta. Un antiguo revolucionario extraviado en unos entristecidos años 70. Fue la tercera película que Tanner escribió junto al crítico de arte John Berger, cuando este ya había realizado su Ways of Seeing para la BBC. El arte como interpretación sociohistórica y económica de la realidad. Algo de esto hay en Hijos de los hombres. También una idea central: la distancia entre las intenciones ideológicas, el deseo de una vida alternativa, de cambio, y el colapso de todo ello al enfrentarlo a la cotidianidad material capitalista. Los niños, al final, son en ambos la brizna de esperanza. La noción de un mañana.

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Cinema-verité, tomas largas como figura de estilo, cámara móvil y deseo de lo auténtico, que se mezclan con dispositivos de género (thriller, ciencia ficción…). Obra posmoderna, claro, Hijos de los hombres es un destilado de referencias casi inagotable. Formales, temáticas, filosóficas. Cuadros o fotos vivientes, canciones, planos, paisajes…géneros. Theo, con su pinta desastrada, la corbata mal anudada, el traje gris arrugado y la gabardina no es solo Bideau, es también como un Mitchum o sobre todo un Bogart perdido en el no-futuro. Es el romántico desencantado, el cínico. Como todos los cínicos de película es el que tuvo esperanza (la pequeña esperanza en la gran esperanza) y la perdió, el idealista derrotado por, como cuenta Jaspers, la casualidad. O el fatalismo. La película cuenta el intento de Theo por recuperar su dignidad, por hacer algo que justifique su existencia; un tema cercano a la ética del western.

Uno puede ver en ella también el Medium Cool de Haskell Waxler, donde un desencantado reportero se politizaba a la fuerza al cubrir la violenta convención demócrata de Chicago en 1968. En ella los hechos de la ficción y los de la realidad convergían de modo inesperado ante la cámara de Waxler. La realidad interpretada a través del arte. También, de nuevo la sátira e incluso alguna cita directa (el personaje de Peter Mullan parece una tenebrosa revisión del de Robert De Niro en Brazil), hace pensar en un Terry Gilliam dirigido por Peter Watkins, que también tocó la distopía en Privilege o incluso en Punishment Park, una terrible especulación sobre una América entregada a la represión policial y la caza, literal del antisistema y el subversivo. O en el Lindsay Anderson de la trilogía de Mick Travis. O en Alan Clarke, maestro de la steadycam y el plano secuencia. Hijos de los hombres parece explicitar en sus referencias el deseo de incorporarse a una corriente, a una escuela; la de la ciencia ficción sobria y depresiva británicas por la vía del documentalismo.

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En un momento de la película, Theo debe de ir a pedir ayuda a un pariente que, al contrario que él es un alto funcionario del gobierno. Encargado de la conservación del arte, vive en un museo con amplias estancias, impolutas, donde están el David o el Guernica presidiendo una mesa de comedor. Cuando Theo llega suena En la corte del Rey Carmesí, una canción del primer disco de King Crimson: la letra parece extrañamente interconectada con el momento dramático-narrativo, mientras la música sugiere un algo antiguo, esotérico. Theo y su primo hablan ante una ventana cuyo paisaje es la portada de Pigs, el disco de Pink Floyd inspirado por Rebelión en la granja. George Orwell sobrevuela todo. La estética gastada, sucia, remite entre otras cosas a la versión de 1984 que dirigiera Michael Radford. Opresivo, gris, mortecino. Es un futuro donde se ha acabado el futuro. Como el de “V de Vendetta”. Como el del Brazil de Terry Gilliam. Otra tradición, pero complementario, interconectada a la anterior que podría hacer decir que esta es la Inglaterra tras El juego de la guerra de Watkins o el Threads que Mick Jackson dirigió para la BBC en, precisamente, 1984. Obras angustiosas, que especulaban con los efectos nucleares en formato documental. El fantasma de la guerra, de la contaminación, del shock que ya estaba en Orwell y, claro, en “V de Vendetta”, como puerta de entrada para el fascismo. Al final, todas ellas hablan de lo mismo, no del futuro, sino del presente; eso es lo que se ha acabado en ellas, lo que se está acabando: el presente.

Este texto apareció en el libro XIX para el XXI.

 

4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. John Space dice:

    No se moleste con la novela original. Es reiterativa, tediosa, y por momentos la autora parece haber olvidado qué estaba contando. En fin, otra de esas incursiones en la cf que a veces hacen los autores mainstream.

    1. Eso me han comentado, sí. Que la peli es bastantes, bastante mejor.

  2. chuschao dice:

    La película arrastra el lastre de ser demasiado discursiva en su arranque, además de ese toque oscuro del cine de qualité actual, pero con todo ha sido una agradable sorpresa.

    1. Bueno, actual… Yo diría que esta peli es precisamente una de las responsables de eso.

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