Es imposible resistirse al encanto de una película que comienza con un circo actuando en la cubierta de un majestuoso barco tomado por payasos, equilibristas y acróbatas durante el cual ya se despliega una asombrosa capacidad para envolver al espectador en un mundo romántico que esconde las estrecheces presupuestarias entre los pliegues de un despliegue de figurines suntuosos, enérgico movimiento y seductora frivolidad. Edgar G. Ulmer (aquí un fenomenal artículo sobre tan peculiar autor en relación a esta misma realización) ya deja claro en este breve prólogo las coordenadas estéticas y conceptuales en las que se va a mover El pirata de Capri, una fantasía acariciada más que encuadrada, ribeteada de emoción, humor y ligereza aparente y atravesada de parte a parte por un discurso muy atractivo y una resolución sofisticada a cerca de la ficción, el fingimiento y la misma puesta en escena llena de simbología sobre las máscaras, la actuación y la teatralización de la realidad, es decir sobre la misma naturaleza de mentira y ensueño de lo auténtico que presenta el cine en su vertiente más desaforadamente escapista.
Queda establecido, por tanto, lo que es El pirata de Capri y lo que oculta bajo una primera máscara de ligero film aventurero de capa y espada con empuje antitotalitario. El circo como substanciación del juego, la mascarada como representación de la actuación, del fingimiento, del cine mismo. Los artistas no son artistas sino piratas y los piratas no son piratas sino revolucionarios. El Capitán Sirocco es un mito con antifaz que oculta al Conde Amalfi, que a su vez solo es otro disfraz del Amalfi auténtico, quien no es exactamente ninguno de los dos anteriores. Pirata, cortesano, revolucionario.
Seduce a su propia prometida (la distinguida actriz italiana Mariella Lotti) con el embozo romántico del aventurero despiadado y arrogante, se espía a si mismo como favorito de la reina, un empolvado noble diletante de agudo ingenio y gestualidad afectada, pero incluso en esta forma es capaz de combatir con otras armas al villano en la sombra, el vesánico comisario Holstein (un Massimo Serato apurando una caracterización villanesca casi de tebeo), a quién humilla públicamente mediante la representación teatral de una charada que parodia lo que hemos visto antes en la película. Pretende, a la vez, ser individual y colectivo, leyenda y persona, proteger a la reina y liderar la revolución, vengar a su hermano muerto y desaparecer en el olvido (Sirocco es, como el muy folletinesco V de Vendetta de Alan Moore (I y II), el elemento anarquista externo, el dinamizador violento que debe desaparecer cuando el levantamiento haya triunfado), Ulmer expresa poéticamente este detalle: tras la victoria los amantes salen de palacio dejando al pueblo con su celebración. A su espalda alguien cierra las puertas, ellos se reflejan en el agua de un estanque, una piedra rompe el agua y el reflejo se difumina.
Héroe de folletín integral, beneficiado por la excelente interpretación de Louis Hayward (repitiendo un año despues con el director tras el atmosférico melodrama Ruthless), prodigio de modulación vocal y gestual (el actor ya tenía experiencia en el asunto de los dobles pues había sido El hombre de la máscara de hierro en la versión de 1939 dirigida por James Whale e incluso el hijo de El Conde de Montecristo en 1940 y Edmond Dantes mismo en 1946, amén del primer Simon Templar, “El Santo” en 1938) y modelado según dos claros precedentes, la Pimpinela Escarlata de la baronesa Orczy como precursora de este personaje largamente continuado (de El Zorro a Batman, sin ir más lejos), de quien se reutiliza la doble personalidad como petimetre y valeroso aventurero y el Scaramouche de Sabatini, con su constante recurso a la actuación y al fingimiento. Así el film de Ulmer recoge las influencias de la adaptación que sobre la primera obra realizara en 1934 Harold Young para Leslie Howard (quien recuperaría el papel en una actualización de 1941 “Pimpernel” Smith, dirigida por él mismo y localizada entonces en la IIGM) y antecede en no pocos aspectos a la maravillosa Scaramouche de George Sydney con aquel insuperable Stewart Granger de 1952. En ambas, además, el duelo final tiene lugar sobre un escenario, exponiendo de manera realmente sofisticada su esencia como “puesta en escena” de una historia imposible.
Más allá de la propia diversión que garantiza el film, de este discurso sorprendentemente elaborado, asombrosamente natural sobre el mismo medio, sobre la propia ficción, El pirata de Capri presenta otra característica más, de carácter histórico pero que determina también no pocas de sus particularidades como película: la italianidad.
Ulmer sintetiza ya aquí ingredientes básicos (industriales, tonales,…) de la serie-b de la que el director procedía y no pocas de las características estéticas/conceptuales del futuro cinema bis. La italianidad del film y su prefiguración del cine de género en Europa presenta el esquema, los puntos clave, de lo que vendrá a través de la exacerbación de dos elementos clave: la violencia y el erotismo. Como se haría a partir de la eclosión de los 60, se da más de lo que los americanos daban. Así el villano Hosltein tortura mujeres a las que se les abre la camisa descubriendo hombros y escote de modo marcadamente sádico, prácticamente fetichista. El héroe, por su parte no tiene problemas en dispara a quemarropa, quemar la cara de uno de sus atacantes con una antorcha, atravesar a su antagonista lanzándole la espada o torturar a su vez al capitán del barco capturado atándolo a una barca y sumergiéndolo en el agua una y otra vez.
¡Qué maravilla de artículo! La película confieso que no la he visto, pero me han entrado unas ganas tremendas de echarle un ojo. A buscarla se ha dicho, porque teniendo en cuenta que soy amante de los folletines y amante de las tramas alambicadas con un misterioso personaje en el centro (y con un plan), ya tardo…
¡Muchas gracias por descubrir estas perlas, Adrián!
Vas a tardar poco en encontrarla, eso fijo.
Es una película tremendamente atractiva, formalmente brillante y de una sofisticación interna notable. A mi me la descubrieron Freixas y Bassa en ese Hecho en Europa que traje el otro día y yo… me limito a difundirla amplificando sus encantos.
Desde luego suscribo lo dicho por Torralba… ¡qué ganas de verla después de leer tu artículo!
Además, Edgar G. Ulmer ya me ganó de adolescente cuando descubrí en aquel glorioso ciclo que la 2 dedicó al cine de la Universal su «Satanás». Recuerdo la emoción porque era la primera vez que veía a dos mitos como Lugosi y Karloff frente a frente. Ya ves, panoli que era uno de jovencito emocionándose con estas cosas en vez de con el fútbol y las motos.
¿Has podido ver el documental que sobre Ulmer se realizó hace unos pocos años?
Satanás la tengo recién bajadita (lo confieso, no la he visto nunca), así que de esta semana no pasa.
El documental se de él pero no lo he visto, todo será ponerse también que en surrealmoviea me parece que lo tienen.
De esta hay enlaces pero no hay subtítulos que yo sepa y como estás un poco peleado con el inglés…