Caballero anarquista: El ladrón de París

El ladrón de París empieza al tiempo que su protagonista, Georges Randal, comienza uno de sus trabajos. Lanza una escala atada a un garfio sobre una tapia, escala el muro y salta al otro lado. Entra en la casa, saca su instruméntala de una valija de cuero y comienza a desvalijarla reventando armarios, secreters, cajas….

Malle establece en la secuencia inicial todo el discurso de la película en lo formal y lo dramático. Randal, solo en el espacio del crimen. Individualizado. Todo es metódico, minucioso, distante. Hay algo de la admiración calada de Jacques Becker hacia las figuras que desarrollan un trabajo manual. El gusto de ver al profesional. El resto de las escenas de robos de la película serán resueltas de modo análogo, sin recurrir a elipsis y dejando la acción completa, prácticamente en tiempo real. El mundo donde Randal opera recibe así un tratamiento casi testimonial que el sobrio estilo de Malle subraya con sus movimientos de acercamiento y distanciamiento de la cámara respecto de las figuras.

La narrativa se estructura en un largo flashback, como si Randal recordase los pasos que le llevaron a ese momento. Su educación de ladrón. Belmondo le presta rostro y carisma en un de sus interpretaciones más controladas, impasibles del periodo. Por entonces el actor ya estaba desarrollando una tipología, por igual autosuficiente y autoirónica, que le acompañaría toda su carrera. Era algo que ya estaba en sus películas con Godard o De Broca y que exploraría en planitud en Ho, un curioso polar sobre una personalidad narcisista que protagonizaría para Robert Enrico en 1968. Aquí hay elementos de esa tipología, el individuo indoblegable que desarticula desde dentro un sistema como en El cuerpo de mi enemigo o Flic ou Voyou, pero con un estilo de actuación que retrotrae a la sutileza de su papel para Claude Sautet en A todo riesgo; otro excelente polar minimalista, descriptivo.

“- Algunos ordenan antes de marcharse. Yo no lo hago. Trabajo sucio porque mi oficio es sucio”, dice en la monocorde voz over. Randal no es un sujeto existencialista o finalmente político, pese a que coqueteé con la noción del ladrón como revolucionario. Un individuo antisocial que se convierte en alguien fuera de la sociedad y acaba abogando por una distinta. Esta figura aparece brevemente encarnada en Jean-François Cannonier (interpretado por Charles Drenner), el ladrón en fuga convertido en anarquista con el cual se cruza Randal en una breve subtrama reminiscente de las correrías de la banda Bonnot, un grupo anarquista de pistoleros y atracadores que usaron el crimen como arma de agitación y terrorismo político. Solo un año después de El ladrón de París, Philippe Fourastié adaptaría sus andanzas con Bruno Cremer como Bonnot y Jacques Brel como su compañero Raymond Callemin.

Randal, en cambio, explica por sí mismo que su carrera en el crimen solo responde a un impulso íntimo: le gusta. Es un ladrón y ya está. Hay una primera sugerencia de que el robo es una forma de rebelión contra la autoridad de su padrastro y la mezquindad de este durante su infancia, pero Randal explica que ese solo le impulsó a su primera robo. Cuando lo cometió fue como si renaciese. Supo quién era y qué quería hacer. Es como si Malle resolviese en ese realismo individualistas las dudas del protagonista del Pickpocket de Bresson. Pierre Etaix, el gran mimo, actor y director aparece en ambas películas interpretando brevemente a un carterista.

A la vez, Malle matiza esto. Randal es existencialista y es político quiera o no. Como lo es el protagonista de Pickpocket. Lo que ocurre es que Malle lo ofrece todo de modo oblicuo, recurriendo a la tradición del pulp francés, donde estas dos nociones ya estaban grabadas. Randal es claramente una figura emparentada con Arsene Lupin, el ladrón de guante blanco invencible de Maurice Leblanc y la ambientación principio de siglo conecta con la obra de Louis Feuillade y sus seriales sobre Fantomas o Las vampiras, una organización criminal secreta. También el humor sinuoso de Feuillade aparece aquí en la forma de ese cura que, en realidad, es el cabecilla de una red de ladrones que extiende sus tentáculos por Bélgica, Inglaterra u Holanda. Incluso cierta imaginería, como esa estampa que fascinaba a los surrealistas de los ladrones como funambulistas sobre los tejados con sombreros hongos y zapatillas de ballet. Unos años antes, en 1963, George Franju había recuperado ese mundo en su versión de Judex, otro de los seriales de Feuillade.

En todos ellos, con independencia de su ideología, está la noción esencial del ladrón como una fuerza anarquista que socaba el principio burgués de la propiedad privada y en ello amenaza con destruir la sociedad. El ladrón de París las precede a todas ellas, tal vez las alimentó y Malle lo que haga sea cerrar el círculo. La película adapta la novela El ladrón, publicada por Georges Darien en 1897…si bien no reconsiderado hasta la reedición de la misma en 1955. Narrada en primera persona – la película lo está en un doble sentido:  la voz en off y la puesta en escena que se ciñe al punto de vista de Randal, a lo que experimenta-,  la novela juega con la identidad tras el autor y sus valores autobiográficos al tiempo que disecciona la deshonestidad, corrupción y amoralidad del mundo que el protagonista se dedica a desvalijar. Darien, por supuesto, era anarquista.

Lo que ocurre es que Randal no puede ser completamente absorbido. Puede ser político, pero no programático. Tiene la sensibilidad, pero carece de la ideología. Ocultos en la habitación de un hotel, él y Cannoniere observan el discurso antisemita y antisocialista de un político que da un banquete en la planta baja. “-Podrían poner una bomba ahora mismo en mitad de esa mesa”, dice Cannoniere. “Y yo te lo impediría”, responde Randal inalterable. “Porque esa mujer de ahí me importa”. Su individualismo, o su individualidad, le mantienen en los márgenes de cualquier soledad y le obligan a la soledad. En cierto modo parece una perífrasis del propio Malle, de su tendencia a colocar la experiencia individual y el peligro de su disolución en marcos históricos que la amenazan. Tal vez fue eso lo que le hizo un cineasta ideológicamente tan discutido.

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