«I got too much on my mind
Yeah, so play that thing in a different style»
Serie negra es la película que es, extraña, enfermiza, por culpa de una colisión de talentos para lo bizarre y la exploración de zonas oscuras (de la psique, de la sociedad, del lenguaje, vitales, sociales, existenciales, sexuales, etc…) tan insólita como la del escritor norteamericano Jim Thompson (ese “Dostoievski de las novelas de dos centavos” según propia definición), el francés Georges Perèc y el inaprensible actor Patrick Dewaere. Todos ellos funcionan juntos gracias a la inteligencia de Alain Corneau, consciente de las posibilidades del material (ficcional y humano) que tiene entre manos.
Entre mediados de los 70 y primeros 80 Corneau se erige como el gran renovador del polar desde una óptica absolutamente personal, capaz de recoger el legado de Melville (principalmente su analítica y penetrante mirada sobre el universo y los ambientes fuertemente masculinizados) sin resultar servil al mismo. Igualmente se diferencia tanto de los artesanos como Philippe Labro o Yves Boisset (aunque este tiene en su haber una obra maestra como Día de perros, un rarísimo thriller rural de 1984 que cruza a un icónico Lee Marvin con unos asalvajados granjeros en medio de una intriga sórdida, violentísima e irónica. Una joya a rescatar), como de veteranos del oficio tipo Jacques Deray, George Lautner o incluso un Henri Verneuil que en esa época entregó uno de sus mejores trabajos: la estilizada intriga de política-ficción I…como Ícaro (1979), que especula sobre un trasunto del asesinato de Kennedy desde gustosos postulados paranoicos e incluso cercanos a la historia contrafactual o a la ucronía.
Dejando a un lado su primera película, la ignota France société anonyme de 1974, rueda entre 1975 y 1981 cuatro espléndidos títulos criminales. Tres con Yves Montand y este Serie Negra. El más célebre es, por descontado, Policía Python 357 (1975), una obra maestra que pasará por aquí en breve (o en todo lo breve que pueda) y cuya rotunda influencia se deja sentir en los actuales filmes de Olivier Marchal. Los otros dos son La amenaza, ambientado y rodado en Canadá en 1977 mezclando el género con el melodrama y la más desconocida (todavía) Le choix des armes de 1981, cercana igualmente al drama (y quizás la más melvilliana) contando xcon un reparto de impresión en el que se añadía un Depardieu ya estelar, Catherine Deneuve (ambos presentes en 1984 en Fort Saganne un film romántico de aventuras históricas con el ejercito francés en África poco antes de la Gran Guerra) y el gran secundario Michel Galabru. A partir de aquí se le pierde la pista entre proyectos de dudosa calidad (a excepción de ese mencionado Todas las mañanas del mundo) entre los que cabe pescar El primo (1997), un regreso a los territorios de lo criminal tras el que ando hace años sin mayores frutos.
Como introducción basta con esto, en cualquier caso resumir con que Corneau resulta el más incomprensiblemente ninguneado de entre los directores que trataron el polar durante la época. Quizás sea su falta de concesiones, quizás su sequedad, quizás una complejidad que se sirve del género para dar mucho más. No lo se.
Al principio refería a la inteligencia y la intuición del director con respecto al material y a los mimbres de mercurio que había logrado reunir. El principal rasgo de esto es la manera en la que comparte de algún modo la autoría de esta película con su actor principal (similar, aunque salvando diferencias de todo pelaje, a la interacción entre Brando y Bertolucci en El último tango en París). Así la dirección y el texto dependen por completo de la intransferible personalidad fílmica de Dewaere, que lo impregna todo con su sentido del ritmo y de la interpretación, revelando como una grotesca broma negra (exactamente eso es el original) lo que en la superficie puede parecer un canónico noir de hombre llevado a la perdición por una enamoramiento.
La presencia esencial de tan proteico intérprete (revelado en las comedias burras y anarcoides de Bertrand Blier – Los rompepelotas a la cabeza, claro- formando pareja con, otra vez, Depardieu) determina por completo la forma y el estilo visual de una película muy moderna en ciertos sentidos, principalmente en la rabiosa subjetividad del conjunto (si antes citaba a Marchal ahora refiero a Jaques Audiard, que ha tomado buena nota de estas decisiones para su propio cine, lo que deja a Alain Corneau como una influencia seminal y subterránea del mejor neo-polar). Una cámara pendiente de cada movimiento (el actor aparece en todos los planos) traduce visualmente la sensación de que todo lo vivimos desde dentro de su cabeza, en un monólogo interior psicótico y completamente demencial. Máscara sobre máscara de un carácter medio bufón, medio psicópata, a veces tierno, a veces terrorífico. Encarnación perfecta del personaje central por excelencia de la novelística de Jim Thompson y razón por la cual esta resulta la más fidedigna traslación de su universo (aunque el Coup de Torchon de Tavernier sobre 1280 almas ande cerca, precisamente por la imprescindible presencia y la bonachona tipología del espléndido Philipp Noiret) al cine, traspasando la letra y consiguiendo volcar la entraña de esos repulsivos y fascinantes protagonistas recurrentes, neuróticos egocéntricos, moralistas delirantes y frustrados terminales, que son excrecencias incapaces de relacionarse con la sociedad en ninguno de sus ámbitos.
En este mismo sentido, en el del extrañamiento del personaje, su constante otredad y alienación vital, responden todos los demás elementos del conjunto: desde la interpretaciones –los secundarios perfectamente naturalistas, la lolitesca Marie Trintignant hierática hasta lo narcotizado para multiplicar el contraste- hasta la sencillez de la trama, perfectamente resuelta encima, tanto narrativa como estéticamente. Coherentemente con este planteamiento extremo, las bondades (y algunos de los defectos) giran permanentemente entorno a Dewaere y su fuerza centrípeta, aunque ese vórtice amenace con tragarse por completo el film y obligue a Corneau a trabajar duro para impedirlo. Son ejemplares las dos escenas de violencia (el asesinato de la vieja que ofrece a su sobrinita como pago por cualquier servicio, rematado con la muerte a tiros de un sonado boxeador al que ha engañado para que le sirva de cómplice y el estrangulamiento de la esposa, de una brusquedad y contundencia impactante), en las que el actor parece salirse de él mismo: silencioso y poseído repentinamente por una furia imparable. De esta manera la planificación reacciona como un organismo simbiótico perfecto: la cámara se detiene y acelera bruscamente (la salvaje manera en la que estampa la cabeza de la anciana contra un cristal y la frenética búsqueda posterior de la pistola que esta guarda) o se serena presa del desfallecimiento (la elegante escena de la ejecución del amigo: desde la penumbra sentado en un escalón y con el arma envuelta en un pañuelo, lista para disparar al encenderse la luz), para volver a activarse con la nueva inyección de adrenalina (con un detalle genial: por un momento coloca el arma en la mano del hombre tiroteado por la espalda en lugar de en la de la vieja tirada en las escaleras). Un bloque soberbio, probablemente lo mejor del conjunto mano a mano con su sarcástico final, que no revelaré en esta ocasión, pero que demuestra el chiste cruel que ha sido todo.
Por una casualidad de la vida, hace apenas una semana encontré una copia de esta peli en una tienda de rarezas. La he visto un par de veces, y me parece que contiene tantos detalles y tanta calidad que no confirman la genialidad del director, pero también de los actores. La joven (Marie Trintignan) es la hija del actor, y que murió hace poco? No he podido encontrar pistas.
Efectivamente es la hija de Trintignant trágicamente asesinada por el que fuera su última pareja, Bertrand Cantat, fundador del grupo Noir Désir. Era una actriz de presencia rara, aquí Corneau le saca mucho partido a su impavidez natural.
Una película excepcional esta, sin duda, aquí mismo tienes también reseñada Le choix des armes, que para mi es su obra maestra.
Y usted, ?qué adaptación de The Killer Inside Me recomienda? La he leído este finde y aún me dura el acojone.
Es tremenda. Estoy a ver si me hago con Arte Salvaje, la biografía que ha sacado Es Pop.
De la versión con Stacey Keach me han hablado muy bien. Cruda y sórdida. Muy setentas. La de Winterbottom no me llama demasiado. Pero lo cierto es que con estos ojitos no he visto ninguna…
Anotada la de Keach. Winterbottom me es de confianza, aunque tampoco tengo prisa por ver su adaptación.