Consumo interno. Eso es lo que cualquiera pensaría delante de Moneyball. Consumo interno. Y se equivocaría. Lo haría porque esta es, sí, una película sobre béisbol, mejor dicho, sobre un momento muy concreto en la historia reciente del beisbol. Subráyese el reciente. Como otras películas coetáneas, desde La Red Social hasta La hora más oscura, Moneyball usa la ficción como traductor de la realidad inmediata, entregada de ese modo al público en un formato, paradójicamente, más real.
Moneyball es tan de consumo interno como pudieran serlo Elegidos para la gloria o Todos los hombres del presidente. Como ella es un fresco, en este caso minimalista, de la historia Americana, y como ellas es ante todo un film político. Aplicando el concepto de política a lo deportivo, lo empresarial y lo personal. El resultado, que compatibiliza reportaje y melodrama, es una buena película para cualquier espectador y una gran película para los amantes de los deportes de equipo, subversiva en múltiples aspectos para con la ficción deportiva a la cual superficialmente se adscribe, extrañamente anticlimática y, a fin de cuentas, una análisis sobre la maquinaria económica, sobre el funcionamiento de los negocios y su total injusticia y falta de equilibrio.
Es también una historia americana, profundamente americana. Tanto que es un “americana”… de docuficción., como los era Elegidos para la gloria sobre la carrera espacial y los pilotos de pruebas, cowboys de la edad moderna. Moneyball dramatiza minuciosamente la legendaria temporada 2002, donde con un presupuesto mínimo y una plantilla de recortes los Oakland Athletics alcanzaron el record de 20 victorias consecutivas, quedando eliminados a continuación en primer ronda de playoff, tal y como había sucedido el año anterior con una plantilla mucho más cara.
El éxito se baso en la implementación por parta de Billy Beane, manager general, y Paul DePodesta (renombrado Peter Brand en el film), su mano derecha contratado ese mismo año desde un trabajo como asistente en los Claveland Indians, de un sistema que obviaba el valor de mercado de los jugadores y se basaba en su valor estadístico, un concepto expuesto en los 80 por el estudioso Bill James en sus Baseball Abstract y conocido para su aplicación como sabermetría. El concepto, en apariencia gélido y esotérico por igual, había sido rechazado por el establishment del deporte profesional USA, más que nada por que comprometía una política empresarial, una filosofía de pionero y un sistema establecido, a mediada, que beneficiaba a los equipos millonarios y penalizaba siempre a los de presupuesto ajustados.
Moneyball aplica el molde del reportaje proveniente del libro en el cual se basa, Moneyball: The Art of Winning an Unfair Game, escrito por Michael Lewis en 2003, a su formulación en imágenes, que identifica estilización dramática, es decir licencia, recreación documental y registro de archivo en un todo que muestra las confluencias de lenguajes y signos audiovisuales del cine contemporáneo, acogidos dentro de un molde que no es ajeno al clasicismo en cuestiones de puesta en escena o de progresión/gradación dramática.
Sí, todo esto hace aun menos atractiva la película, pero no la historia. El concepto tras ella es frío, mental, pero durante el proceso de aplicación fragua con la calidez del componente humano. El muy trabajado guión de Sorkin y Zaillian (donde el segundo contrarresta la tendencia al exhibicionismo de la propia inteligencia del primero) y la dirección sobria y lacónica de Bennett, muestran como la fricción de estos dos elementos es lo que convierte al equipo en algo especial. Los jugadores llegan a los Athletics por escuetas referencias numéricas en una pantalla, pero una vez allí son tipos que deben formar una escuadra y demostrar y demostrarse que valen para ser deportistas profesionales. De igual modo la distancia de Beane y la plantilla se acorta, con el personaje, que mantiene las distancias con los jugadores para que le sea más sencillo tratarlos como fichas, identificándose con los jugadores y el equipo hasta el punto de tomar decisiones estratégicas por encima del dictado estadístico, con el fin de que el ingrediente humano, la intuición, la pasión, el orgullo, contrapese el numérico.
Hay épica americana en Moneyball, es cierto, pero menos, mucho menos, de la que hay en la realidad de los deportes de equipo. Los Athletics nunca llegaron a ganar las Series Mundiales tal y como un Hellas Verona hecho de jugadores rechazados y fichajes a bajos coste lo hizo con el Calcio del 85 o como un Deportivo de La Coruña, compuesto de restos de serie y descartes, de jugadores de segunda y tipos ante su última oportunidad, que casi lo logra en la Liga del 94 y lo consiguió en la Copa del año siguiente. La épica es parte de la ficción deportiva porque es la parte más hermosa del deporte y porque las interioridades que Moneyball tan metódicamente recoge se le escapan a la aficionado y al analista del día a día, que como se ve en el film otorgan el mérito a la labor del entrenador, Art Howe, mientras que nosotros, con el pase a las interioridades que tenemos a posteriori, sabemos que este no hace nada por un método en el cual no cree ni por un equipo en el que no confía hasta que se ve forzado por las circunstancias que crea Beane.
Billy Beane, y aquí está el otro sabor plenamente “americana” de la película es uno de esos tipos que han perdido tanto que ya ni se dan cuenta de cuando ganan, como el bateador que al final de la película le muestra Peter Branda, que hace un home run y ni se da cuenta, corriendo hacia la segunda base para caerse al suelo rodando de modo patético con sus 109 kilos hasta que un rival le hace notar la hazaña conseguida. Beane era un exjugador fracasado, fichado en los 80 por los Mets de Nueva York saltándose el paso por la Universidad. Iba a ser una como estrella, pero como tantos buenos que no tuvieron lo que hay que tener, parafraseando el título original de Elegidos para la gloria, dio tumbos de equipo en equipo durante toda su carrera, algo martilleado en unos flashbacks que son lo único discutible del conjunto, por su lirismo intempestivo que quizás hubiese funcionado recurriendo a material documental, estableciendo así un diálogo entre el Beane real y su recreación
Moneyball es, sí, también, una película sobre el perdedor, el loser, ese mito americano, pero a la vez cuestiona el concepto de ganar, tan norteamericano como lo anterior, a partir de un conflicto, idiosincrático, entre el invidualismo y el grupo. A Beane tiene que decirle que ha ganado porque no se entera por sí mismo, porque no se da cuenta de que ganar o perder depende de la perspectiva. Los Athletics, sus Athletics, los que creó con su método, con su propio sistema contra el sistema, no ganaron porque eso era imposible, porque la realidad no es una película aunque esta pueda ser analizada después dentro de una, pero hicieron historia y comenzaron a ganar al Sistema.
Pero, claro, la realidad es terca y el sistema siempre absorbe lo que hay fuera de él hasta convertirlo en Sistema, demostrando que si bien puedes ganar, solo lo harás durante un rato. La conclusión de Moneyball, determinada por la cruda deriva de la historia real es de una ácida ambivalencia: desde 2002 distintos equipos modestos lograron meterse en las series finales con el sistema estadístico, pero solo los millonarios Boston Red Sox ganaron. Conclusión: el dinero sigue pesando más que nada y si a los grandes no les alcanza con comprar tus mejores recursos/jugadores, entonces compraran tus métodos.
Me pareció increíble que una película sobre baseball (uno de los deportes más aburridos del mundo), basada en una técnica que encuentro despreciable (reducir el juego a simple estadística) y cuya épica se encuentra en los abundantísimos diálogos me tuviera pegado literalmente a la pantalla durante todo el metraje. Soberbia película, arrolladora y compleja.
Comparto perplejidad y absorción. Y sumo lo desapercibida que pasó y lo olvidada que está ya. Una inyustisia (que diría el fenómeno madeirense). Las estadísticas son el punto de partida, pero el meollo está en dar la oportunidad a quienes nunca la tuvieron porque no quedaban bien en la foto y recuperar a lo olvidados para demostrar que todavía sirven. Creo que la peli, sin martillear en ello, muestra como el factor humano contamina el proceso matemático.
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