Tragados por las sombras: Agente especial. Estilización, abstracción y oscuridad, el cine criminal de Joseph H. Lewis

 

Agente especial es uno de los sugerentes títulos negros que (deberían) cimentar el todavía tambaleante prestigio del estupendo Joseph H. Lewis, a un tiempo áspero y estilizado artesano de la serie-b, perfecto ejemplo de esos directores del lado oscuro y barato de la industria cuya y modernidad están

por encima de muchos de los trabajos contemporáneos y hoy apolillados del Hollywood clásico, debido a las circunstancias en las que trabajaba y la necesidad de apretar la imaginación para suplir el presupuesto y todo tipo de insuficiencias. Un estilo mucho más influyente de lo que pueda parecer y mucho más perdurable, como acredita, por ejemplo el curioso impacto que directores como el propio Lewis, Sam Fuller, Edgard G. Ulmer, Rudolp Maté (esencial su Con las horas contadas de 1949), Phil Karlson o Don Siegel tuvieron en el desarrollo estético y narrativo del  noir japonés desde finales de los 50 hasta pasada la mitad de los 60, con la Nikkatsu a la cabeza en cintas como Sabita naifu (Toshio Masuda 1958, Rusty Knife), Kenju zankoku monogatari (Takumi Furukawa 1964, Cruel gun story) o Koruto wa ore no pasupoto (Takashi Nomura 1967, A Colt Is My Passport), estas últimas a mayor gloria del carismático divo Jo Shishido (que también tiene un rol secundario en al primera). Una construcción genérica en al que también participaron directores en plena formación como Seijun Suzuki (Jûsangô taihi-sen ori: Sono gôshô o Nerea,1960, Take Aim At The Police Van, por ejemplo) y Teruo Ishii, este ya para la Shintoho con su saga Chitai (Kurosen chitai/ Black Line y Yellow Line (que introduce la novedad del color) , ambas de 1960 y Sexy chitai/Sexy Line en 1962), títulos infiltrados de autenticidad y urgencia potenciada por sus rodajes callejeros. Una producción ingente y una vitalidad tremenda que tiene su razón original en la presencia norteamericana durante la larga posguerra, y con ella en la creación de un mercado fuertemente predispuesto y receptivo (Fuller ambientó en ese mundo uno de sus mejores películas: La casa de bambú, 1955) a esta contaminación artísticamente (y económica también) beneficiosa.

Lewis es, además, uno de esos directores que ha tenido la mala suerte de ver su filmografía ensombrecida por un solo logro mayor, en este caso la obra maestra El demonio de las armas, un film mítico con toda justicia y absolutamente memorable en todos sus puntos, pero que por esta misma perfección ha terminado por ensombrecer el resto de una carrera de la que, este trabajo no es rareza sino coherente cumbre.

Y este The Big Combo aparece como una pieza perfecta para el rescate y recalibraje, ejemplo tomado entre otros tan disfrutables y tan cargados de talento como este o más. Desde el suspense psicológico de My name is Julia Ross (1945), hasta el extraño western Terror in a Texas town (1958) que le sirvió de despedida, pasando por el rocoso police procedural Relato criminal (1949), un trabajo con ciertos puntos de contacto con este pero con una tono visual verista en lugar de  absolutamente estilizado, o Paralelo 38 (1951), un título bélico sobre la guerra de Corea.

The big combo es por lo tanto un película con entidad propia, rebosante de elegancia estética y narrativa, rica en detalles gustosamente rebuscados y casi “pulp” (la tortura con el audífono o el genial ametrallamiento de Donlevy en off sonoro al no tener su aparato puesto, y por tanto, no oír los disparos) y enlucida por una carismática galería de villanos con Richard Conte, el mentado Brian Donlevy (antiguo jefe criminal devenido en guardaespaldas segundón) o un joven Lee Van Cleef impresionante en denso blanco y negro, iluminado desde abajo y propulsado por una singularidad homoerótica.

Todo ello conforma una cinta de no poca originalidad y complejidad psicológica (escrita o firmada por Philip Yordan y con elementos novedosos como la franqueza sexual, por ejemplo) dentro de lo arquetípico de sus coordenadas genéricas, básicamente el duelo en la cumbre entre un intachable policía, Cornel Wilde tan obsesivo y sufridor como siempre y un vil criminal de apasionante pasado (el cómo evolucionó de vigilante de prisiones a jefe del hampa da para una película por si mismo) al que interpreta un sibilino Richard Conte, criminal sin escrúpulos pero tocado por un enamoramiento abismal y envenado que será su perdición. Durante la escena del intento de suicido, ambos se conocerá finalmente esperando en el hospital, Wilde verá que esa es la falla del misterioso e intocable criminal y decidirá intentra romperlo por ahí convenciendola para declarar. Con lo que no contará es que él mismo será atravesado por la desarmante fragilidad de esta renovada “rubia del gangster”.

Finalmente los dos oponentes estarán enamorados de la misma frágil belleza quebrada (una interpretación excelente de Jean Wallace, con momentos memorables como ese baile con su metafórica “otra vida”) capaz de hacerle olvidar a uno su propio anonimato (que es seguro de vida, al haberlo convertido en una leyenda del submundo) y al otro a su olvidada novia cantante, que acabará acribillada mientras él esta con otra mujer.

Lewis es lo suficientemente hábil e inteligente como para superar el cliché y lo hace por la vía del exceso, otorgando a todo el conjunto un aire de irresistible irrealidad romántica que nace de la propia historia, entre el melodrama desaforado y el thriller furioso, para extenderse a la plasmación visual del film: atmosférico, neblinoso, completamente abstracto, con los decorados y las mismas calles desapareciendo en fondos totalmente negro, como si el mundo no existiera y solo quedará un drama tan absorbente y poderoso que traga todo lo demás. Una asombrosa estilización casi fantastique que tiene su culminación en el bellísimo final, con unos protagonistas que, literalmente, se desvanecerán en una niebla pesada la misma de la que ella emergía al principio de la película. Una puesta escena que siendo necesariamente utilitaria (ocultar la pobreza presupuestaria) terminará por resultar de una pertinencia y belleza asombrosas, esa mezcla de necesidad y genio que es la mejor herencia y más auténtica marca del cine de bajo presupuesto.

7 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Miguel Díaz dice:

    Hola amigo,

    Perdona por el SPAM, pero mira esto por si es de tu interés:

    http://cineultramundo.blogspot.com/2010/02/quedada-ultramundera-en-asturias-para.html

    Sería un placer conocerte en persona

  2. Qué buena es esta peli, qué buena… Y tu comentario le hace honor!

    1. esbilla dice:

      Muy agradecido, para mi fue toda una sorpresa cuando la vi. Me esperaba un título emocionante y bien narrado pero lo que encontré fue un puro arrebato, de una estilización y una irrealidada asombrosas.

  3. Que buen director este Joseph H. Lewis. Vitalidad, esa es la mejor palabra para definir no sólo sus películas sino la de tooos esos artesanos de serie b que mencionas. Esta no la he visto pero me parece que ya estoy tardando, ¿verdad? 😉

    1. esbilla dice:

      Pues efectivamente, además se puede encontrar con cierta facilidad entre la smuchas colecciones que andan regalando los periódicos.
      Aquellos directores tenían mucha enjundia y una energía tremenda, vistos hoy conservan toda su vigencia y no poca modernidad.

  4. John Space dice:

    El propio título ya es en sí una descripción de lo que este Lewis ofrece desde el primer minuto, una Gran Combinación: magnífica fotografía, actuaciones potentes, interés que no decae desde los créditos iniciales hasta el The End, arquetipos bien manejados, falta de excesos… Que sigan regalándola con la prensa, que sigan; éste es el cine que debe seguir fácilmente disponible, no enterrado en vertederos de streaming.

    1. Es la leche. Es uno de los noir más especiales de la época. Todos los personajes son extraños.

      Y lo otro, pues sí, es una pena. No creo que nada peor le pueda pasar a estas cosas que convertirse en algo museístico; es decir, muerto.

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